LA SEÑORA WARREN

Por Irradia Noticias

Lo que ocurre con suma frecuencia en la vida pública morelense, verbigracia los conflictos entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, pero más al interior del segundo en mención, es comprensible a partir de lo que conocemos como el falseamiento de la representación y la estafa política. 

La Constitución de los Estados Unidos Mexicanos señala la naturaleza de los partidos como instituciones de interés público teóricamente destinadas a construir puentes entre la sociedad y el estado. Sin embargo, ese objetivo no se cumple. La crisis de legitimidad y representatividad de esos institutos políticos es evidente. Ninguno ha abandonado sus viejas prácticas antidemocráticas y las pugnas internas para darle cabida a una auténtica reivindicación social, en tanto los ciudadanos buscan otros canales para manejarse autónomamente, libres del corporativismo de antaño.

Muchos personajes han adoptado la típica actitud de los tránsfugas, la cual también se explica a partir de las siguientes asignaturas pendientes: deficiente sistema de partidos y crisis en los mismos; falta de mejores normas para las organizaciones políticas; ausencia de canales de comunicación e información entre los representantes populares y sus representados; pobre nivel de desarrollo y fomento de la cultura política; excesiva proliferación de políticos improvisados; nulo nivel ideológico en los partidos; ambición de grupos o personal; intereses electoreros; estrategias anticipadas de los tránsfugas; oportunismo; falta de resistencia política, y poca identidad dentro de un sistema político.

El ciudadano, con su voluntad política modificada, queda en situación de indefensión: se debilita el sistema de partidos; la correlación de fuerzas resultantes de las elecciones sufre cambios con saldo negativo para los elementos del sistema; se favorece la corrupción, y aumenta la incredulidad social sobre la élite política. Así las cosas, los tránsfugas deambulan de un lugar a otro, asemejándose a la Señora Warren. ¿Quién es ella?

Es la protagonista central de la novela titulada “La Profesión de la Señora Warren”, escrita por George Bernard Shaw en 1893. No necesitamos citar hoy los nombres de quienes, sobre la arena pública, proyectan una actividad igual, pues son de sobra conocidos por nuestra sociedad. Pero sí es importante citar lo que Shaw explicó en torno a una de sus obras más sobresalientes: 

“Escribí la novela para llamar la atención a la verdad de que la prostitución es causada, no por depravación femenina y libertinaje masculino, sino simplemente por la falta de recursos, autoestima y sustento que reciben tan vergonzosamente las mujeres, sobre todo las más pobres, que se ven obligadas a recurrir a la prostitución para mantener el cuerpo y el alma juntos” (The Daily Chronicle, 28 de abril de 1898).

La prostitución aludida por Shaw es distinta a la que deseo asignar en Morelos al caso de determinados politiqueros y otros personajes de la vida pública. Se trata de la prostitución política, término que puede y debe ser adaptado a quienes abrevaron en un partido político, pero ahora comulgan con otro, o a quienes se autonombran “políticos” ofertando una cosa, pero haciendo otra, patentizando que están en la política por conveniencia económica. Como quien presta su cuerpo a cambio de dinero, en política hay quien presta su imagen, sus ideas y postulados a cambio de lana. 

No, no se trata de la actividad de la Señora Warren y que, según la vox populi, es la profesión más vieja del mundo. La prostitución que abordamos no tiene nada que ver con el sexo. Se refiere a un fenómeno nuevo, por lo menos en sus actuales proporciones: la prostitución política, el canje de una bandera electoral por prebendas presupuestarias.

Todo lo antes dicho no tiene nada que ver con el secreto o la esencia de la política: el decir veraz, tal como lo interpreta y asume el filósofo francés Michel Foucault (1926-1984): “El coraje de la verdad se había determinado entonces como lo que da efectividad y autenticidad al juego democrático”. Es la ética del gobernante lo que hace eficaz a la política y al gobierno y es lo que quiere expresar Platón con su rey-filósofo y Confucio con su idea de que “quien no puede gobernar su vida no tiene derecho a gobernar la de los demás”. El mejor régimen y el mejor gobierno se posibilita sólo desde la ética. Empero, nuestros políticos, muy a la mexicana, interpretan la política a la manera de Maquiavelo, quien la reduce sólo a las pasiones y al interés sin escrúpulos.

Los tránsfugas y mentirosos de los partidos políticos están guiados e identificados por un pragmatismo, aunado a una férrea defensa de sus derechos individuales, “valores fundamentales de una sociedad de libre competencia y mercado político” (prostitución, pues). O sea: cambiar de bando y actitud democrática (privilegiando los intereses y las prebendas económicas) puede perfectamente ser señal no sólo de buen gusto, sino de “estricta dignidad” para con determinados presupuestos de justicia que pueden entenderse lesionados en el desarrollo del tiempo. Por ello el discurso de los defraudadores sociales busca justificar sus decisiones como “actos racionales”, aunque en realidad ensanchan el alejamiento con las organizaciones que les sirvieron como plataforma inicial en la política morelense. Y aquí los tenemos de nuevo.

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