Benditos contrastes en la realidad tangible y la virtual de las redes sociales.
A invitación de una amistad, llegamos a Taxco, Guerrero, por la noche y las luces navideñas saturaban e iluminaban innumerables fachadas de casas, hoteles, iglesias y negocios de manera intermitente, la música de fondo que traíamos en el auto armonizaba con la aparición de los colores en la lejanía de los cerros que rodean, sumergen y dan cobijo a la blanquecina arquitectura colonial en este histórico y emblemático lugar de plateros.
“¡Qué hermoso se ve mi pueblo!” -gritó espontánea nuestra amiga anfitriona enseguida de pasar la última caseta y avanzar en bajada por la carretera. Un verdadero espectáculo hipnótico y casi psicodélico en medio de la oscuridad.
Entrando a Taxco, hicimos inmersión en sus calles semejantes a intestinos donde al parecer, todo el mundo estaba feliz en vísperas de Navidad. En Taxco no hay aceras donde el peatón deambule sin preocupaciones. Aquí, debes compartir y usar las mismas reglas de urbanidad, tanto con las personas, como con los conductores de motocicletas y automóviles.
Se nota de inmediato quiénes son los oriundos tan solo de percibir la pericia para circular en espacios empedrados y reducidos, los ubicas al mirar cómo se repliegan o dan reversa en bajada para dar paso a otro automóvil cuando se encuentran de frente y van en sentidos opuestos.
Por diversas calles nosotros encontramos sorpresivamente el desarrollo de posadas donde abundaban niños y adultos partiendo piñatas. “¡No hay paso!”, nos decían y nuestra anfitriona resolvía sin problema las opciones para vías alternas entre callejones y calles increíblemente empinadas donde no dejaban de caminar personas intercalando el espacio entre autos y más personas. Curiosamente ¡todas sonriendo y felices!
Sí que se notaba desde el interior del auto el espíritu navideño, la fraternidad, la empatía, la solidaridad, la unión familiar y la tranquilidad… pero, bastó con llegar a nuestro destino e instalarnos y, las cosas y el estado de ánimo en nosotros se modificó de manera polarizada.
Sin contar por menos dos horas con la conexión en el Océano Digital, pedimos ayuda con la clave del WiFi en el lugar donde había que pernoctar, para recuperar el tiempo perdido y rescatar nuestras vidas con la adictiva realidad a distancia. Nos urgía mirar qué había ocurrido sin nosotros en el Ciberespacio mientras carecimos de señal.
Pese a todo, creo que no me ha capturado la insensibilidad ante lo que hoy se ha hecho una normalización de la violencia y la inseguridad en cualquiera de sus manifestaciones y lugares geográficos. Sucedió que el espíritu navideño de hacía unos momentos, se fue al demonio.
La red consultada, antes se llamaba Twitter y ahora es X, pero como periodista, es obligado estar ligado al target de la información inmediata y es el mismo algoritmo el que luego me atasca de noticias poco agradables y esta ocasión no hubo tregua pese a faltar unas horas para la Navidad.
Aparecieron amenazas de intervención extranjera, mutuos señalamientos de corrupción en esferas de gobierno, asesinatos, secuestros, violaciones, descarado nepotismo, declaraciones de servidores públicos llenas de eufemismos y ocurrencias, guerra de cárteles, migración, accidentes en carreteras, falta de agua, drones arrojando bombas, enojo de trabajadores que no han recibido su aguinaldo, erupciones volcánicas, avistamiento de ovnis, maltrato animal, nuevos virus, extinción de especies, guerras, daño al medio ambiente, violencia de género, recortes presupuestales, y en medio de este caos, entró de pronto un mensaje de WhatsApp, no sé si para sacarme del pozo donde estaba o para completar la escena; pero, era la imagen un viejo buzón de correo color rojo, de esos que ya son reliquias por obsoletos y destacaba lo icónico, porque el buzón rojo desde su interior, se encontraba rebosante de desperdicios y vomitando basura.
Invoqué en los recuerdos, que en las caricaturas aún se miran y usan ese tipo de buzones. Los personajes los emplean para enviar cartas alegres con contenidos felices, se dan bendiciones en postales y se escriben frases románticas y son entonces en esas imágenes infantiles, los más socorridos en esta época de Navidad.
También en diciembre, en esas historias fantásticas, los buzones son para mandar cartas y mensajes a Santa Claus pidiendo regalos porque el remitente se ha portado bien y se merece un regalo bonito… hoy, pareciera que es precisamente, lo que muestra la imagen de contenido en ese olvidado y viejo buzón rojo que llegó por WhatsApp, la viva realidad de lo que le solicitamos a Papá Noel para nosotros mismos.
Mostré la imagen a los demás del grupo y nos invadió la contradicción y el susto. La realidad a distancia en esa imagen era más que mil palabras como se ha dicho hasta el cansancio.
Solo me quedó volver a pensar en la felicidad que irradiaba entre las personas en las angostas calles en Taxco e imaginé entonces: ¿qué escribirían ellos si yo les pidiera a cada uno que redactaran en ese momento una carta a Santa Claus y después les mostrara ese buzón color rojo, igual que el típico traje del señor “Jo, Jo, Jo” y les indicara que ahí deberían colocar sus cartas?
La realidad supera la fantasía, y en ese contexto, ¿qué respuesta daría a nuestras cartas el señor de los renos?