La primera producción cinematográfica sonora de Charles Chaplin, luego del rotundo triunfo de su obra Tiempos Modernos, llevó por título El gran dictador. Estrenada en 1940, habiendo estallado ya el conflicto bélico internacional que conocemos hoy como la Segunda Guerra Mundial, es una condena a todo tipo de autoritarismo e intolerancia y se convirtió en su mayor éxito de taquilla.
La sátira de Chaplin llegó a los cines antes de que los Estados Unidos entraran a la guerra, en el bando de los aliados, y al paso de los años, controvertida y polémica, seguimos pensando que, por su significación histórica, además de su magnificencia artística, debe seguirse viendo y enseñando a las nuevas generaciones, sobre todo, cuando los resabios del nazismo, el fascismo y el antisemitismo o cualquier forma de autoritarismo idólatra vuelven al asecho.
Aunque muchos de los horrores de la Segunda Guerra Mundial son tratados con la tersura del humor, no dejan de hacerse visibles en la persecución étnica, política y religiosa. Al final, luego de los atropellos que identifican en la realidad a Hitler y Mussolini, da un giro, quizá previsible, pero no por ello menos conmovedor.
Chaplin interpreta tanto a Hitler, el líder nazi que se propuso conquistar el mundo, como al personaje de un humilde barbero judío, víctima de la segregación y la intolerancia del régimen que traicionó sus promesas de paz, democracia y libertad, y quien, por su parecido físico, es confundido con el Führer alemán, al inicio de la invasión a una pacífica nación vecina.
Contrario a lo que los altos mandos y los soldados esperaban, ocupando el lugar en el que debería estar el enloquecido Hitler, el barbero se armó de valor y se pronunció por la unidad del pueblo en lugar de su división, por el amor entre los hombres, en lugar del odio, por la tolerancia y el respeto a las libertades, por el progreso, la ciencia y el libre pensamiento.
El abuso de autoridad, los excesos del poder, el doble discurso y la doble moral de los políticos y militares que llegaron con Hitler al poder, por medio de la vía democrática y luego sometieron al pueblo para su beneficio y proyecto político nazista, no difieren en nada de las historias que hemos conocido en los años subsecuentes a la guerra, salvo que se trata de una cinta, de una comedia, mientras los que ha padecido el mundo han sido de verdad.
Pareciera ya hasta una receta. Una especie del Manual del dictador. Primero luchan por causas que parecen justas y nobles. Una vez en el poder van contra todo aquello que suponga un riesgo de perderlo: sean personas o instituciones. Descargan todo su odio para transmitirlo a la parte del pueblo que desean mantener bajo su influjo. Y al final, no fueron más que vividores de la política, manipuladores y demagogos. Algunos, eso sí, más perversos que otros.
Y para iniciados
Circulan en los grupos de redes sociales una serie de versiones sobre comparativos de los precios en que estaban los productos de la canasta básica en el 2018, antes de que iniciara la autollamada cuarta transformación, con los actuales costos de cada uno. Aunque algunas de estas comparaciones tengan ciertas diferencias entre sí, en lo general coinciden: ni los índices de inflación, ni los apoyos a 30 millones de familias que presume el gobierno, ni la austeridad republicana, ni el que digan que ya se acabó la corrupción, ni el súper peso, concuerdan con lo que se está viviendo en la realidad. ¿En dónde está la trampa? ¿Dónde quedó la bolita? ¿Cuándo se verá reflejada la transformación más allá de las gráficas y los berrinches de López Obrador en las mañaneras?
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