El concepto de ingobernabilidad ha sido históricamente uno que pone en alerta a los depositarios del poder público. La ingobernabilidad supone desequilibrios y desórdenes políticos, sociales o institucionales, ya bien provengan de problemáticas económicas o deriven en ellas, sean productivas, financieras o fiscales. El caso es que la economía siempre es un factor clave en las crisis de ingobernabilidad que han experimentado los Estados a lo largo de toda la historia.
Los antecedentes sobre las crisis de gobernabilidad muestran que, si duran demasiado tiempo o no se les da solución, terminan por resquebrajar al Estado, por destruirlo. Así es como poderosos imperios fueron derrumbados y sustituidos por otros sistemas políticos. Sin embargo, esas crisis abrieron la posibilidad de que los nuevos Estados, en la época moderna, los que llamamos Estados Nacionales, se enfilaran hacia una de dos rutas: capitalismo y democracia, o bien, socialismo autoritario. En la práctica, no ha habido más que esas dos fórmulas. Todo lo demás ha sido discurso y propaganda ideológica.
Los registros del fracaso del socialismo como sistema económico y político son muy amplios. Donde se echaron a andar terminaron en ingobernabilidad y, como consecuencia, en su desaparición o en su sostenimiento con base en el autoritarismo, la represión y un férreo control del Estado por sobre la sociedad.
Pero el capitalismo y su versión más reciente, el neoliberalismo, también resultó un fracaso para la humanidad, porque si bien ha logrado un acelerado desarrollo y crecimiento económico, a su vez, tiene como consecuencia el empobrecimiento de la inmensa mayoría de las personas para el enriquecimiento de unos cuantos y la permanencia de amplios sectores en la mediocridad, rayando en la pobreza, viviendo al día o endeudados.
No es fácil, con la cabeza fría, lejos de los dogmas ideológicos de las izquierdas y las derechas, de capitalistas y socialistas, ahora llamados neoliberales y progresistas, decantarse a favor de uno u otro sistema. Pareciera que estamos atrapados en la historia. Y hasta llegamos a tener dudas de si el problema y la solución están en los modelos económicos y políticos o en las personas. Pero ese es tema, al menos, para un ensayo mucho más profundo.
Por lo pronto, el fantasma de la ingobernabilidad sigue rondando por el mundo. En Ucrania, la crisis se vuelve cada día más compleja. El gigante del norte, Estados Unidos, con todo y su poderío, teme por los desórdenes que pueda producir la movilización de los sectores conservadores que sigue impulsando Donald Trump. Venezuela, Nicaragua y Cuba ya no encuentran cómo contener el descontento social, que por años pudieron esconder y maquillar, si no es a través de la represión y la persecución política contra los opositores al régimen.
Y en México, el propio presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, reconoció que su ausencia llevaría a la ingobernabilidad, escenario que anticipa y quiere prevenir, con su famoso testamento político, al través del cual designaría a quien o quienes serían los herederos del poder, cuya misión y compromiso sería continuar con el proyecto cuatritransformista. López Obrador no es el primero en dictar testamento político. Todo lo contrario. Es un proceder típico de los autócratas, como Castro, Chávez y Ortega. Y yo no me la creo que sea tanto por cuidar la gobernabilidad, sino cuidarse del juicio de la historia, el tiempo que se pueda.
Y para iniciados
Hablando ahora de Morelos, si la ingobernabilidad es identificable por los desórdenes que se producen en el ámbito público, habría que estar atentos a la parálisis legislativa que pinta como para durar hasta el final del periodo. Diputadas y diputados que han preferido nadar de muertito, en lugar de enfrentar el toro. Instituciones que no funcionan nada bien, enfrentadas entre sí. La desesperación del Ejecutivo por mostrar que sí es un gobierno con resultados, que el gober sí trabaja, aunque juegue golf y se tome amplias vacaciones, y que la crisis por la que atraviesa hoy Morelos es pasajera. Se espera para hoy un anuncio allá en el Sheraton de la Ciudad de México, que avivará de nuevo el fuego político y judicial.
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