A lo largo de una quincena, los profesores agremiados en la llamada Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, CNTE, un día sí y otro también, han estrangulado el tránsito vial en la ciudad de México, y en menor medida, en otras ciudades de entidades donde tienen el dominio de las secciones sindicales del magisterio.
Ahora, el movimiento se ha dividido, y mientras una de las secciones que inició esta ocasión el movimiento, la de Oaxaca, se ha retirado del plantón que sostenían en el Zócalo capitalino, otras como la de Chiapas, han decidido mantener la movilización, porque consideran que sus demandas no han sido satisfechas.
Las protestas de la CNTE no son ninguna novedad. Desde hace más de tres décadas y media, año con año los profesores suspenden clases, hacen paro, y enarbolan su renovado pliego petitorio.
En el epidosio actual, demandan la abrogación de la ley del ISSSTE a cuyo cobijo los trabajadores del Estado tienen seguridad social, y donde se establecen las condiciones para sus pensiones y jubilaciones. Reclaman además un 100 por ciento de aumento salarial y la desaparición del Sindicato Nacional, el viejo SNTE, donde militan los maestros que no se han pasado a la disidencia.
Este año fueron particularmente agresivos para trastornar la vida de la capital de la República. Optaron por paralizar la principal avenida de la ciudad y las vías rápidas, los accesos al aeropuerto capitalino y las sedes de diversas instituciones.
Defienden sus derechos, y para ello afectan la vida y los derechos de los demás, empezando por los niños y niñas de cuya educación son responsables. Más de un millón de alumnos llevan ya varias semanas sin clases. En Oaxaca, en Guerrero, en Chiapas, generaciones de estudiantes han recibido una educación interrumpida por paros y plantones, que se refleja en los índices de aprovechamiento, los más bajos del país.
Esta vez, acorralaron incluso a la Presidenta de la República, al bloquear los accesos a Palacio Nacional para que los periodistas que asisten a la conferencia mañanera no pudieran entrar.
Y nadie les dice nada. La mandataria es presa del origen de su movimiento. Cuando en 2006 el ahora reaparecido líder de la 4T perdió la elección presidencial, su desquite fue ocupar con tiendas de campaña casi siempre vacías el Paseo de la Reforma por semanas, estrategia que la CNTE ha heredado. El que se lleva se aguanta, dice la sabiduría popular.
Mientras tanto, los citadinos observan con impotencia como sus calles, avenidas y glorietas son ocupados por contingentes que no atienden más razones que las suyas, ni reconocen derechos que no sean los propios.
Así llevan, decíamos, más de treinta y cinco años. Y la tradición no terminará pronto.