A pesar de la legitimidad conseguida en las urnas, el 2 de diciembre de 2018 anticipé que el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, no escaparía de la creencia popular de que el mandatario en turno es un “todólogo” o “todopoderoso”. Que se sienta así, omnipotente, omnipresente y omnisciente, no significa que el macuspano lo sea. Al contrario: después de tres años de gestión, México sigue enfrentando múltiples y graves rezagos sociales.
Eso sí: estaba y está obligado a mantener firmes las riendas de la administración pública federal, sin autoritarismo, a fin de que todas las actividades económicas permanezcan activas e inalterables, generando mayor riqueza. Esto último no se cumple, dentro de un contexto social, económico y político caracterizado por la falta de nuevas inversiones, el miedo a México debido a factores laborales y la inseguridad pública.
La adecuada conducción del Poder Ejecutivo por parte de López Obrador también significaría gobernabilidad en todas las regiones mexicanas, lo cual tampoco se está cumpliendo, pues el respaldo de la actual administración federal al ámbito federal es exiguo.
A continuación, describiré las vulnerabilidades enfrentadas todavía por AMLO al comienzo de la segunda mitad de su régimen. Siguen siendo las mismas de 2018 y en algunos casos se agravaron.
1.- Un sistema de seguridad pública decadente.
2.- El descontrol de la violencia.
3.- La complicidad de autoridades estatales y municipales con el crimen organizado.
4.- El repunte delictivo
5.- La cultura de la ilegalidad.
6.- La erosión de la figura presidencial.
7.- La inequitativa distribución del ingreso en todas las regiones.
8.- La parálisis y falta de competitividad de la mayoría de entidades federativas.
9.- La ineficacia burocrática en la mayoría de dependencias federales.
10.- Un decadente sistema de salud pública.
Del listado anterior, me parece que la inseguridad pública, el precarismo financiero (en general), la erosión de la figura presidencial y la ineficacia del sistema de salud pública siguen siendo las partes neurálgicas del grupo gobernante, sin que exista ya ningún pretexto para culpar a los ex presidentes de los agravios actuales.
Lo sucedido recientemente en México, con asesinatos aquí, allá y acullá, es el cumplimiento de nuestro vaticinio sobre el descontrol de la violencia. Todos los días se acumulan las noticias sobre hechos sangrientos en el territorio nacional.
Dentro de la coyuntura ofrecida por su parafernalia de este miércoles en la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México, López Obrador debería reflexionar seriamente con respecto a la necesidad de generarse un clima de coexistencia pacífica con todas las fuerzas políticas opositoras, de tener mayor autocrítica y hacer a un lado la autocomplacencia. Sin embargo, el discurso se mantuvo en la narrativa retadora y soberbia, con revanchismo, separatismo y exclusión.