Habrá usted escuchado decir que “los vacíos se llenan”. Y eso aplica en todos los ámbitos de la vida. Por ejemplo, la parte de nuestro día al que denominamos “tiempo libre” lo llenamos con algún tipo de actividad, incluidas diferentes formas de descanso. La falta de un empleado en algún centro de trabajo se llena con otro. En este sentido, si hablamos de “vacíos” que se “llenan”, entonces, también, podemos aplicar la idea a las ausencias que se suplen.
Acerca de esto, el enfoque que nos interesa hoy es el relacionado con el poder público, es decir, con aquel del que está dotada una persona o institución para hacer, mandar o decidir en los asuntos que son de interés común para un determinado grupo social o para un individuo en lo particular, cuya actividad está regulada por las leyes.
En efecto, cuando en el poder se producen vacíos, si la persona o la institución sobre la que recae el mandato se ausenta por tiempo suficiente, con o sin su autorización, ese vacío habrá de llenarse. Los representantes más visibles del poder público, los políticos, históricamente han procurado no permitir que sus lugares sean ocupados por terceros. Se esmeran en ser protagonistas, en estar presentes. Entienden a la sabiduría popular cuando dice “santo que no es visto no es adorado”.
Tomemos el caso de un experto en el protagonismo, en no dejar vacíos que llenen otros: Andrés Manuel López Obrador. Todos los días, en todos los temas de su interés, ahí está presente. Habla, repite e insiste. Pone e impone la agenda. Es tanto propositivo como reactivo. Tan tiene el espacio de poder lleno que los mismos morenistas no ven a nadie que pueda llenar sus zapatos cuando él ya no esté presente. Pero no es así, cuando falte, por el motivo que sea, ese vacío alguien deberá llenarlo, como sucedió a la falta de Chávez, en Venezuela, cuyo lugar fue ocupado por Maduro, o en la Cuba socialista, que hoy dirige Díaz-Canel.
Acá, en Morelos, ha habido notorias ausencias del gobernador Cuauhtémoc Blanco Bravo, algunas incluso documentadas por fotografías en las que fue captado fuera de la entidad, del país o en algún aeropuerto. Esas son ausencias físicas, pero importan igualmente las ausencias políticas. Los vacíos que han llenado otras personas.
En una primera parte de su gobierno fue José Manuel Sanz Rivera, quien como jefe de la oficina de la gubernatura aparecía en el ámbito público representándolo, disputando posteriormente esa posición con Pablo Ojeda Cárdenas, quien a su vez se vio rebasado en la operación con los actores políticos por Ulises Bravo Molina, el mismo que de estar ahí, sin ser funcionario público, saltó a ocupar el liderazgo de facto de Morena.
Todo eso fue posible, con o sin el consentimiento de Blanco Bravo, debido a los vacíos que dejó, sea intencionalmente o no, pero los dejó. Hoy los rostros han cambiado, pero siguen siendo vacíos que se llenan. No fue Mónica Boggio Tomazas Merino, la ahora jefa de la oficina de la gubernatura la que llenó el vacío a la salida de Sanz Rivera, sino Víctor Aureliano Mercado Salgado, por sobre el organigrama que debería darle a Boggio esa capacidad de presentación pública a nombre del gobernador. Y en otras áreas, ya lo es Samuel Sotelo Salgado, quien ha representado al gobernador en sus más recientes ausencias ante las autoridades federales y otros mandatarios estatales.
Los vacíos se siguen llenando.
Y para iniciados
Hay que poner mucha atención a la radicalización del discurso de López Obrador contra el Poder Judicial. Elevó el tono hasta hacer que sus huestes consideren a la Suprema Corte y a los jueces como protectores de los corruptos y estar en contra de la transformación que él encabeza. Acusa sin pruebas, se burla y estigmatiza. Está preparando el terreno para que si la Corte declara inconstitucionales sus iniciativas y reformas, pueda acusar de corrupción, conservadurismo y de estar al servicio de la oligarquía a jueces, ministros y magistrados. Y todo por querer que la razón la tenga él y nadie más. Desde su perspectiva, ya no sólo son sus enemigos los partidos opositores, sino también las layes y quienes tienen la obligación de aplicarlas. A la larga, ese discurso autoritario puede generar serias convulsiones políticas y sociales.
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