Bien decía Carlos Marx: la historia siempre se repite, nada más que unas veces es tragedia y otras, comedia. Hacer de Morena un émulo del PRI de los sesenta y setenta del siglo pasado, es decir, un partido hegemónico que las gane de todas, todas, con carros completos en cada elección en que se presente no fue posible y ya no sucederá.
Hasta a los aliados de Morena, el que minimicen su colaboración con votos para obtener cuatro de las seis gubernaturas en disputa, debe parecerles sintomático. No son tratados más que como piezas periféricas, accesorios electorales, pero no como parte sustantiva de una alianza electoral. El pragmatismo que tanto criticó la supuesta izquierda progresista, ahora lo impulsa y defiende a capa y espada.
En el mismo sentido camina la oposición, con una sola meta: ganar elecciones, pero sin proyecto de nación. Y eso no era así en la era hegemónica del hoy disminuido PRI. En aquel entonces, los priistas habían construido un discurso que institucionalizaba la Revolución, basado en los ideales de la justicia social. La oposición se dividía en dos: la de derecha, encabezada por los reaccionarios, los conservadores panistas, y los socialistas de izquierda, fragmentados, divididos en varios pequeños partidos, algunos de ellos hasta en la clandestinidad.
Pero el sistema los tenía acotados, amenazados y reprimidos. En la práctica, el presidente era, a la vez, jefe de Estado, de gobierno y de partido. Nada pasaba, nada sucedía, nadie ganaba, si no era tras el visto bueno del señor presidente. El PRI era una maquinaria electoral al servicio del poder, que ganaba de todas, todas.
López Obrador intentó convertir a Morena en el PRI de aquellas épocas y la oportunidad para lograrlo se le fue de las manos. Ni la maquinaria morenista, ni los programas sociales, ni la movilización de diputados, senadores y cuanto operador estuvo disponible, ni el discurso de polarización, ni la operación del crimen organizado a su favor, ni todo eso junto pudo lograr el carro completo para Morena.
Claro que es muy importante que hayan ganado 4 de 6 gubernaturas, pero se queda corto, porque el objetivo eran las seis, aunque una de ellas en realidad siempre estuvo fuera de su alcance, la de Aguascalientes. Cuando venga la valoración de cómo lo hicieron al frente del gobierno, en las siguientes elecciones locales, el voto de castigo revelará la efímera existencia de un régimen que quiso superar al anterior y no lo logró.
La historia se repite, nada más que en los sexenios de la hegemonía priista fue tragedia y hoy, digamos, es una especie de tragicomedia. Lo cierto, lo que queda claro, es que ni todos están con Morena ni la alianza opositora, tal como está conformada hoy, es suficiente para vencer al régimen.
Y para iniciados
El tiempo de gracia, el voto de confianza para Samuel Sotelo Salgado, al frente de la secretaría de gobierno del estado, depende de que pase del tendido de puentes y convocatoria al diálogo a los hechos, a los acuerdos. La disposición de los diferentes sectores sociales para acercarse al régimen que los había excluido, cuando Pablo Ojeda comandaba en Palacio de Gobierno, ha quedado clara. Sí hay ánimo de diálogo y acuerdo. Pero falta que eso lo traduzca Sotelo en resultados.
La información es PODER!!!
