Todavía en las elecciones de 2009 y 2012 los políticos tradicionales se mostraban escépticos ante el uso de las redes sociales para efectos propagandísticos. A las empresas dedicadas a la consultoría y el marketing electoral preferían contratarnos para campañas en medios o mensajes dirigidos a telefonía fija. Hoy eso ha cambiado.
Merecerá un estudio por parte de los especialistas en comunicación política para conocer los alcances positivos y negativos de la nueva forma de hacer campañas. Siguen vigentes las reuniones y asambleas en colonias y pueblos, llenar las plazas públicas y arengar consignas. Pero si no son acompañadas de la difusión en redes sociales, parecieran estar incompletas.
Con el tiempo se cumplió el vaticinio sobre la extensión y el crecimiento de las redes sociales en el ámbito político. Incluso hasta los órganos jurisdiccionales consideran ya como oficiales, con valor legal, los pronunciamientos en las cuentas personales e institucionales de quienes ostentan un cargo público o la representación legal de alguna institución pública o privada.
También es cierto que las redes sociales han sido usadas con fines aviesos, malintencionados, para generar rumor y desequilibrio. No siempre son la mejor fuente de información fidedigna. Todos los días vemos en las redes sociales el surgimiento de supuestos portales, cuentas o páginas supuestamente informativas, pero que en realidad no son más que perversas creaciones, de anónimos mercenarios dispuestos a mentir o engañar.
Por un lado, como nunca en México, el pago de pautado, es decir, la publicidad comprada en las redes sociales se ha disparado. Buena parte de ella, en lugar de informar, se han dedicado a denostar, agredir y descalificar, en un flagrante abuso de la libertad de expresión. En otros casos, ensalzan a personajes públicos, difunden, cual modernos sofistas, información falsa o truqueada con la que intentan magnificar sus cualidades y virtudes.
En los peores casos, se escudan tras el anonimato, cuentas falsas y los llamados “bots”, perdiendo con ello, de antemano, toda credibilidad. Aunque no faltan despistados o fanáticos que los repliquen.
Por otro lado, hoy por hoy, los medios serios, profesionales, conocidos como los tradicionales de radio, televisión y prensa, complementan e interactúan sus emisiones cotidianas con sus redes sociales. Corroboran la información antes de difundirla, como responsablemente siempre debiera hacerse.
Vivimos, pues, en una era de sobreoferta informativa y publicitaria. El problema radica, para el receptor, en poder diferenciar entre lo real y lo inventado, entre el análisis y el activismo disfrazado, entre la propaganda y la información, entre lo objetivo y lo malévolo. Lo rescatable, la esperanza, es que los electores cada vez puedan darse más y mejor cuenta de esas diferencias.
Y para iniciados
Hoy en la mañanera, cuestionaron a Andrés Manuel López Obrador sobre la relación política que sostuvo la senadora con licencia, Lucy Meza, con el exgobernador, Graco Ramírez, en una clara intención de desacreditarla. El presidente evitó responder a la pregunta en forma directa. Habló de los tiempos electorales, del pensamiento de los conservadores, del crecimiento de su partido político y demás. No dijo nada con lo que pudiera afectar la imagen de la aspirante morenista a la gubernatura. No les funcionó la idea de sacar al presidente palabras que pudieran ser usadas contra Lucy Meza. Sin embargo, dejó en el ambiente la posibilidad de la duda, porque a diferencia de como lo ha hecho cuando se trata de gente muy cercana a él, tampoco dijo nada a su favor, como aquello de que, cito palabras de López Obrador en otros casos similares, “lo conozco”, “es una buena persona”, “es una gente honesta”, “nos ha ayudado mucho”, ni nada por el estilo. Los detractores de Lucy Meza fallaron de fondo, pero el que Andrés Manuel se mantuviera tan al margen abrió la posibilidad de la especulación.
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