SILVIA PINAL

Por Irradia Noticias

Después de recibir la Venera Cuernavaca, el más alto galardón otorgado por la capital morelense a ciudadanos distinguidos, ya sean originarios de esta ciudad, cuernavacenses por residencia y/o personajes cuyas vidas tuvieron o han tenido un especial significado, la primerísima actriz mexicana Silvia Pinal, a sus 92 años de edad, recorrió (auxiliada por una silla de ruedas y sus asistentes personales) la avenida Morelos, entre el Museo de la Ciudad (el antiguo ayuntamiento), pasando por el Jardín Borda y otros importantes inmuebles históricos, hasta llegar a la Escuela Primaria Enrique Pestalozzi, donde cursó parte de su educación primaria. Ahí fue recibida por alumnos, personal docente, directivos y algunas de sus antiguas compañeras.

Vi la transmisión del recorrido de doña Silvia Pinal por Facebook, así como parte del sencillo, pero emotivo reconocimiento que se le hizo en la legendaria Escuela Enrique Pestalozzi. Sin embargo, me causó vergüenza y coraje observar lo que reporteros y camarógrafos de medios informativos nacionales estaban video-grabando. Me refiero al “graffiti” en todas las paredes de inmuebles. No es exageración, pero nada, en dicho tramo de la avenida Morelos, se ha salvado de este vandalismo que, desde mi particular punto de vista, no es ningún arte, sino el resultado de causar el mayor daño al que debería ser un hermoso paisaje urbano, sobre todo tratándose de construcciones con cierto valor cultural e histórico.

Hace unos días escuché en el programa vespertino de Joaquín López-Dóriga, a través de Radio Fórmula, al doctor José Antonio Lozano Díez, presidente de la Junta de Gobierno de la Universidad Panamericana, refiriéndose al concepto de la belleza, aplicado no solo a la apariencia física, con elevados componentes armónicos, de una persona, sino al estado interior de la gente. Pero esa belleza puede formar parte de las ciudades. Lo contrario, la fealdad del paisaje urbano, provoca emociones negativas en los residentes de determinadas ciudades. En este sentido recordé lo que hace varios años me preguntó un gran amigo mío en torno a París, Francia:

“¿Sabes por qué cada año viajan a París millones y millones de turistas?”.

Y me respondió:

“Por su hermosura”.

Es así de simple, señoras y señores. Lo feo que grabaron los camarógrafos de la televisión nacional este miércoles durante el recorrido de la gran actriz Silvia Pinal solo se presenta en ciudades cuya decadencia es evidente. Lo peor es que, tocante al caso de Cuernavaca, esto se haya dejado crecer, sin soluciones, en avenidas tan visitadas por turistas nacionales y extranjeros. Me cae que no se vale.

EL LANDSCAPING

Quizás para ustedes, gentiles lectores y amigos del auditorio, no signifique nada la palabra “landscaping” (del idioma inglés) que, más allá de su acepción original, constituye una industria en países desarrollados.
Traducido al castellano, dicho término significa “paisajismo”, cuya definición nos remonta al diseño de parques y jardines. Sin embargo, también tiene relación con los procesos racionales mediante los cuales el hombre utiliza a la naturaleza como herramienta para expresarse, al mismo tiempo de obtener otros beneficios.

Se trata, pues, de un concepto que engloba en pequeñas proporciones partes de múltiples disciplinas, tales como la agronomía, la arquitectura, la sociología, la ecología, el arte y la cultura, entre otras.

El “landscaping” o paisajismo está tan arraigado a nosotros (la humanidad) que forma parte de la historia universal y nuestra cultura.

La necesidad de las personas de volcarse al paisajismo es cada vez mayor, ya sea por controlar la contaminación, como efecto contra la angustia y la neurosis colectiva en contraste con las grises y aceleradas urbes; como recreación, o bien para tratar de conservar la belleza y la diversidad existentes. Planificación, creatividad, organización, imaginación, etcétera, son los medios por los que se manifiesta el paisajismo.

Me parece que el paisajismo, el espacio público y la movilidad se encuentran vinculados.

Si bien es cierto que el territorio nacional cuenta con una gran variedad de paisajes, también es verdad que lo anterior no garantiza una riqueza similar o equilibrada de recursos naturales, situación que ha dado lugar a una gran dispersión de asentamientos humanos que, en busca de sus parcelas vitales, se han acomodado a todo lo largo y ancho del territorio nacional.

Para muestra de lo anterior, un botón en Cuernavaca, localidad caracterizada por la vertiginosa desaparición del espacio público y el deprimente aspecto de sus calles e importantes avenidas.

El aspecto de nuestra capital provoca entre propios y extraños la percepción de inseguridad, suciedad y tensión constante, como bien lo dijo con López-Dóriga el doctor Lozano Díez. Ni hablar del tránsito vehicular. Todo ello sin reflexionar en lo mínimo respecto a la delicada naturaleza que Cuernavaca tiene como un sitio ciento por ciento turístico.

Alguna ocasión, en Cancún, le escuché decir a un prestigiado empresario hotelero:

“Nuestro sistema lagunar es sumamente delicado, pues no admite mínimos de contaminación”.

Yo aplicaría la misma expresión al caso de Cuernavaca, territorio que jamás debió tolerar y mucho menos admitir la explotación irracional de recursos, siempre presente en medio de la impunidad y la corrupción oficial.

Infinidad de ocasiones me he referido al paso de determinados alcaldes emergidos no sólo en periodos gubernamentales priístas, sino también durante los 18 años de la alternancia en el poder local, a quienes se deben los pésimos agravios sociales aún latentes. Recuerdo a un alcalde en el periodo 1985-1988 otorgando su beneplácito al irregular aprovechamiento de predios situados en la colonia Chapultepec para la construcción de plazas comerciales. Uno de ellos se destinó a la edificación de una enorme tienda departamental, cuyas aguas residuales, lejos de ser conducidas a una planta tratadora y a la entonces exigua red de colectores, tenían derivaciones clandestinas hacia ramales del manantial Chapultepec, del cual se abastecían de agua pura decenas de colonias aledañas. Tuvo que intervenir el entonces gobernador de Morelos, Lauro Ortega Martínez, para frenar aquel delito de lesa humanidad.

Conclusión: la decadencia de Cuernavaca parece ser irrefrenable. Por lo pronto, lo que ayer grabaron los representantes de televisoras nacionales no es motivo de satisfacción, sino de gran indignación, vergüenza y coraje.

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