La inmensa mayoría de los mexicanos no tienen una participación activa en los partidos políticos ni en los movimientos sociales. Al contrario, suele ser más probable que muestren apatía y desinterés, al mismo tiempo que desconfían de las instituciones y de los políticos.
El diseño del sistema hace que puedan expresar sus preferencias en las elecciones, que siguen siendo la principal forma de participación en los asuntos públicos del común de los ciudadanos, ahora con la incorporación de mecanismos de consulta popular, que no han sido exactamente instrumentados para saber la opinión y las preferencias del pueblo, sino para convalidar los propósitos e intereses, no ya de un grupo en el poder, sino del presidente, Andrés Manuel López Obrador.
Las izquierdas se aglutinaron para cerrar filas con el mandatario populista, igual que el acomodaticio Partido Verde, que nada de a muertito, viviendo de las sobras que el sistema le arroja. Mientras, las derechas, más o menos alejadas del centro, no han logrado cohesionarse. La polarización, a diferencia de otros sexenios en los que el grupo ganador buscaba diálogo y conciliación de intereses, hoy por hoy es evidente y promovida desde Palacio Nacional.
Al paso de las elecciones, en lugar de construir relaciones políticas que permitieran la inclusión y el acuerdo, en México se exacerbó el rencor y la exclusión. Contrario al discurso del gobierno para todos, el hilo conductor de la política lopezobradorista es la distinción de unos contra otros, de pobres contra fifís, de conservadores contra liberales, en el tono de los buenos contra los malos. Si AMLO ya había albergado rencores en su carrera política, ya en el poder, los ha hecho extensivos e intensivos. Ha propiciado que también se generen fuertes rencores hacia su persona y su gobierno que, dicho por él mismo, le representan “un timbre de orgullo”.
¿Qué tan sano, que tan conveniente para el país en su conjunto, resultan estos rencores? López y sus adversarios están entrampados en una guerra entre ellos. Nos han pintado una realidad de blanco o negro, de estás conmigo o contra mí. Poco importa para ellos los distintos tonos de grises que viven la mayoría de los mexicanos, a quienes en nada nos han beneficiado sus pleitos por el poder, ni las descalificaciones que se hacen mutuamente.
Sin embargo, sus acciones y sus dichos tendrán que ser evaluados por la historia. Sus verdades y sus mentiras en algún momento saldrán a la luz. Lo ideal sería que las ilegalidades que hayan cometido tengan una justa sanción, aunque México no se ha distinguido por el combate a la impunidad, comenzando por los propios políticos.
Pero eso ya nos lleva a otros temas. Por el momento, los ciudadanos ajenos a las luchas por el poder, el pueblo que día con día trabaja por su derecho a la subsistencia, está más preocupado por los aumentos en los precios de productos y servicios, la inseguridad, la falta de empleos bien pagados, la falta de medicinas, lo mal que funcionan las instituciones públicas y demás, que sí nos afecta directamente, más allá de los rencores que se tienen allá, en el poder.
Y para iniciados
El avión presidencial que no se ha podido vender, pero que fue rifado (sin avión) seguirá dando de qué hablar. Entre muchas otras de las observaciones a la cuenta pública que estará obligado a solventar el gobierno cuatritransformista salió a relucir la simulación de la entrega de 2 mil millones de pesos, que supuestamente iban a garantizar el pago de los premios por parte de la Lotería Nacional. Según los reportes de la Auditoría Superior de la Federación, la entrega del cheque por parte de Gertz Manero al presidente habría sido una farsa, un show de la mañanera, pues. A ver qué explicaciones dan.
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