La visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a Morelos, como a cualquiera otra entidad federativa, es enteramente previsible. Incluso con relación a las quejas o demandas que pueda recibir en el camino. Ha montado un escenario repetitivo, constante y bien calculado. Una fórmula para continuar en campaña permanente.
Los elogios y el respaldo a los gobernantes locales que, cuales virreyes hispánicos, se esmeran en mantenerse en el ánimo del supremo titular del poder político, no pueden faltar. Los lambiscones que sobredimensionan los aciertos de beneficio social, lamiendo la bota presidencial, hecha de hierro, pero cubierta de terciopelo populista, tampoco faltan.
Las fotos, que serán ampliamente utilizadas en las redes sociales y en los medios de comunicación para enviar el estratégico mensaje de un falso aprecio y consideración en los proyectos políticos, serán compartidas, pautadas, con mayor o menor costo, pero al fin promovidas por quienes aspiran a ocupar cargos públicos, cobijados bajo el manto mesiánico.
Todo esto es parte del teatro político. Los otros datos, los que se evaden, esconden o minimizan en las mañaneras, las reflexiones sobre el contraste entre lo dicho y lo hecho, aunque estén a la vista, parecen no mover ni un centímetro el razonamiento de los fieles seguidores, ante la ceguera que produce la lealtad fanatizada.
Ya veremos a fin de año si resulta cierto que con el programa IMSS bienestar contaremos con servicios médicos gratuitos y de una calidad como los de Dinamarca, como ya lo había prometido con el fracasado INSABI, que nada más nunca logró ese objetivo, pero sí dejo a quince millones de mexicanos sin acceso a servicios públicos de salud.
Tendríamos también que preguntar por qué si en las mañaneras se presentan notables disminuciones de los índices delictivos, Morelos se ha ido posicionando como uno de los estados con los más altos indicadores de violencia, en muchos sentidos. Que sepamos, la Guardia Nacional no ha servido en la entidad más que para acordonar los lugares donde se cometen delitos, cuando ya los perpetradores han escapado. La mesa para la paz y la seguridad no ha servido más que para tomarse fotos de saludos, caminatas y presídiums.
Algo similar deberíamos cuestionar respecto a la inversión pública en infraestructura. Vamos para cinco años sin una sola obra importante nueva, sin ningún avance sustantivo. Y hasta la pomposamente inaugurada, allá por la pera, como no había sido bien terminada, se ha tenido que cerrar para continuar o corregir las labores.
Podríamos pasar horas haciendo el recuento de todo lo que no se ha hecho en Morelos. Pero también está ahí, lo que ha prometido López Obrador y no ha cumplido, en lo que se contradice una y otra vez, en los corajes y odios que infunde diariamente contra quienes no piensan igual que él, en su frustración de no poder acomodar las leyes y las instituciones a su modo.
Pobre México y pobre Morelos. Al final, el recuento de logros será mucho menor que el de los daños. Y pasará mucho tiempo para poder repararlos. Habrá que rescatar ya no a una paraestatal, sino a un país entero.
Y para iniciados
El resultado de la renovación de la dirigencia de la sección XIX del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, que tras siete años sigue presidiendo Gabriela Bañón Estrada, tendrá fuertes efectos políticos y electorales. Será de melón o de sandía, es decir, de si se inclinan las estructuras de movilización política hacia una posible alianza que encabece Ángel García Yáñez o a un proyecto de expansión territorial de grupos hoy muy disminuidos. ¿Cuál de los dos preferirá el magisterio?
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