En contrario a terminar con el dedazo presidencial, Andrés Manuel López Obrador lo está reeditando, perfeccionando, en sus palabras, transformando. Lejos de no intervenir en la selección del candidato oficial a la presidencia de la República, con todo y licencia a su militancia partidaria, desde Palacio Nacional, dirige el proceso, no sólo dentro de Morena, sino también de sus partidos políticos satélites y aliados.
Desde que triunfó la Revolución Mexicana de principios del siglo pasado y hasta la fecha, ninguno de los presidentes, con excepción de Luis Echeverría Álvarez, en plenitud de su gobierno populista, -la época de la máxima simulación de existencia de una democracia- pudo imponer como próximo presidente a su preferido. Sí hubo dedazo y cargada, pero no sobre el que quería el presidente.
En su momento, Miguel de la Madrid Hurtado, al percatarse de que sus antecesores habían tenido que decidirse, debido a una u otra razón, por un sucesor que no era al que más quería, dio un giro al proceso, para jugar con seis posibles sucesores. Por cierto, entre los aspirantes se encontraba Manuel Barttlet Díaz, quien terminó operando el cuestionado triunfo del joven tecnócrata Carlos Salinas de Gortari.
Salinas fue más allá, no solamente jugó con varias cartas al interior del PRI, sino con la carta del PAN, también. Así fue, en 1994 tuvo como candidatos a Ernesto Zedillo Ponce de León, como el oficial, y a Diego Fernández de Ceballos, a quien había ya convertido en su aliado. La finalidad era cerrar el paso a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Y lo logró.
La gran diferencia entre la sucesión de Echeverría y todas las que le siguieron, es que en la suya no había manera de que la oposición ganara en la contienda constitucional. Tanto así, que José López Portillo fue candidato único. No tuvo competencia. En las siguientes, ya se presentaron candidatos opositores que, por el creciente descontento social, tenían posibilidades de ganar las elecciones. Y ahí es donde el Estado hacía lo suyo para inclinar la balanza.
Hay que reconocer a López Obrador que, si bien es profundamente ignorante en muchos temas especializados que trata con banalidad y desprecio, de lo que sí sabe es de la historia política del país. Y lo está aprovechando al máximo. Ahora juega, ya no con tres cartas, sino con lo que llamó “corcholatas”, sus “hermanos”, Sheinbaum, Ebrard y López Hernández. Los demás son relleno, pero son útiles. Atomizan las preferencias y visten el proceso.
Marcelo Ebrard detonó una reacción en cadena con el madruguete de anunciar su renuncia a la cancillería para dedicarse de lleno a la búsqueda de la candidatura. Si su anuncio fue por decisión propia o concertada con el presidente, sólo ellos lo saben. Lo cierto, es que a ese anuncio siguieron los demás, presentándose como firmes decisiones de buscar la grande, salvo Claudia y Adán Augusto quienes, por querer aparentar moderación y cautela, hoy por hoy, quedaron rebasados por Marcelo. Ganó los reflectores y fue el foco de mayor atención durante toda la semana.
Apenas estamos viendo la presentación del circo. Ya el dueño anunció a los actores principales y a los payasos que saldrán para amenizar y hacernos reír en el escenario. Señoras y señores espectadores: Ocupen sus lugares y pongan atención, la función está por comenzar.
Y para iniciados
No coman ansias. El presidente ya definió los tiempos para la selección de candidatos. Primero saldrá la corcholata presidencial e inmediatamente después se iniciará el proceso para la designación de las fichas que buscan candidaturas a gobernadores, al más puro estilo del viejo PRI, con cargada, corporativismo, besamanos y demás. Por lo tanto, no van a pedir que renuncien a sus cargos todavía. Solamente los que no tienen cargo, ilusamente ya las están exigiendo.
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