La presentación del paquetazo de iniciativas de reformas constitucionales por parte de Andrés Manuel López Obrador no es solamente una bola de humo para desviar la atención de otros temas que no ha podido o no ha querido resolver a lo largo de su sexenio. Tiene intenciones, retomando sus palabras, electoreras y politiqueras.
De las veinte reformas propuestas son dos o a lo mucho tres las que podrían encontrar apoyo de los partidos opositores con representación en el Congreso de la Unión y quizá pudieran ser aprobadas. Se trata de la prohibición del maltrato animal, el uso del Fentanilo más allá de lo meramente medicinal y la reforma al sistema de pensiones, siempre que presentaran también una propuesta lógica y realista para la obtención de los recursos que se requerirían.
Las demás, él mismo ya las dio por descartadas, pero aparenta que busca el debate y el diálogo con la oposición. La finalidad politiquera y electorera salta a la vista, pues en el fondo no busca la aprobación de las reformas, sino generar una discusión pública que permita acusar a los opositores de conservadores, neoliberales y de no estar del lado del pueblo, sino ser protectores de la oligarquía, sea lo que sea que esos conceptos signifiquen para el presidente, pero que su uso funciona muy bien entre sus seguidores.
Una vez más pretenderá victimizarse, argumentando a traspiés su intención de construir un Estado de Bienestar para México, en el que las instituciones garanticen al pueblo el disfrute de los derechos fundamentales consagrados en la Carta Magna. Dirá que el pueblo es víctima de esos conservadores y oligarcas, y que los medios de comunicación están confabulados con ellos. Y como él se asume como el pueblo, pues resulta asumirse como la víctima en representación de todos los demás.
El presidente desconoce o no le importa saber que la construcción de los Estados de Bienestar llevó décadas a los países europeos y a las naciones más desarrolladas. Y no fueron esfuerzos ni políticas individuales, sino un conjunto de acciones concertadas y apoyos internacionales, en un mundo cada vez más globalizado. Primero tuvieron que invertir en ciencia, tecnología, educación, infraestructura, y demás, para llevar a sus naciones al primer mundo, y así contar con los recursos para hacerse cargo.
Pero no se queda ahí, busca también desaparecer o reformar a las instituciones autónomas, incluidos el INE y la Comisión Nacional de Derechos Humanos que, con todo y las críticas que puedan hacérseles, han sido contrapeso al poder presidencial y última vía para ofrecer a los ciudadanos trasparencia y rendición de cuentas.
En suma, las propuestas del presidente no son sólo regresivas y centralistas, alejadas del espíritu del federalismo, sino populacheras, electoreras y politiqueras. Más allá de un histórico legado, su intención es tener armas discursivas contra la oposición en esta época electoral.
Quizá tenga razón en algo. Es tiempo de zopilotes. Y están en todos lados, comenzando por Palacio Nacional.
Y para iniciados:
Este fin de semana pudimos ver en las plazas públicas de Cuernavaca a los equipos de encuestadores de Morena, con chalequito y todo, llevando a cabo las entrevistas para determinar quiénes pasarán a la encuesta final para designar a sus candidatos en la capital de Morelos. Al margen de que las decisiones parecen ya estar tomadas y únicamente están cubriendo las formas, pues se da por hecho que serán Javier Bolaños, Luis Alberto Machuca y Andrés Bahena quienes ya van en caballo de hacienda, los que saben de encuestas, de sus técnicas, saben bien que la forma en que levantaron las entrevistas es inaceptable técnicamente. Lo hicieron como si se tratara de un estudio sobre mercadotecnia comercial y no sobre popularidad política. En fin, ya veremos cuántos inconformes protestan la siguiente semana.
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