• No es nota roja, pero sucedió en 1532.
En nuestra tan elogiada globalidad, a la persona que no sabe leer ni escribir en otro idioma, le llaman analfabeta idiomático, pero en 1532, años después de la conquista de México, “los hombres de Castilla”, se expandían igual que sus virus por el continente americano imponiendo por la fuerza su Cultura y, ocurrió que al mostrar la Biblia a un andino, éste la despreció porque no supo cómo reaccionar ante el libro -una cosa que jamás había visto- y un sacerdote, ordenó que lo asesinaran.
En nuestro siglo XXI tan tecnológico, esto suena imposible de creer, pero fue verdad y está fielmente documentado por el Doctor Miguel León Porrilla, historiador, filósofo, escritor, diplomático y académico mexicano en la UNAM, un experto reconocido en materia del pensamiento y la literatura de la cultura náhuatl, fallecido el primero de octubre de 2019.
La historia del personaje que murió por despreciar la Biblia, debido a que ignoraba todo sobre ese tipo de objetos documentales, no fue originario de México, sino de Perú y León Portilla lo documenta así en su obra titulada “Códices”:
“…bien sabido es que los pueblos andinos disponían de quipus, conjunto de cordeles de varios colores y tamaños en los que hacían distintos nudos. Por medio de los quipus podían llevar muchas formas de cómputos y registros. Pero aparte de este valioso instrumento, los pueblos andinos no desarrollaron alguna forma de escritura propiamente dicha. Ahora bien, cuando Francisco Pizarro, al frente de sus hombres, se encontró con el Inca Atahualpa en Cajamarca, el 16 de noviembre de 1532, ocurrió un dramático suceso en el que un libro tuvo significación muy especial y del mismo dan cuenta el cronista español Francisco de Jerez y el indígena Guamán Poma”.
Hacemos paréntesis para aclarar que Francisco Pizarro fue un conquistador español del Imperio Inca y fundador de la ciudad de Lima en Perú y Atahualpa, fue el último soberano del imperio Inca. Luego de esta precisión, seguimos con el informe de León Portilla en Códices.
Entonces…: “El Capellán de Pizarro, fray Vicente Velarde, auxiliado por el intérprete indígena Felipe de Huncabilca, habló a Atahualpa y entre otras cosas, le dijo que venían a convertirlo a la verdadera religión, pues ni él ni sus súbditos conocían a Dios. Atahualpa lo interrumpió respondiendo que él sabía a quién debía adorar: al Sol y a sus dioses… Preguntó el dicho Inca a fray Vicente quién se lo había dicho (lo que había afirmado sobre un Dios muy grande). Responde fray Vicente que le había dicho el Evangelio, el libro. Y dijo Atahualpa: Dámelo, a mí, el libro para que me lo diga. Y ansí se lo dio y lo tomó en las manos, comenzó a hojear las hojas del dicho libro. Y dice el Inca: ¿Qué, cómo que no me lo dice? ¡Ni me habla a mí el dicho libro! Hablando con grande majestad, asentado en su trono, y lo echó el dicho libro de las manos el dicho Inca Atahualpa”.
Miguel León Portilla sigue narrando que: “La reacción de Atahualpa frente al libro que nada le decía, trajo consigo dramáticas consecuencias. El padre Velarde, que no solo sabía lo que era un libro sino que quiso interpretar el acto de Atahualpa como un desprecio a la Biblia, exclamó: “¡Aquí, caballeros con estos indios gentiles que son contra nuestra fe!”
“Ignorar lo que era un libro, fue buen pretexto para el ataque por sorpresa que tenía previsto Pizarro. Atahualpa quedó entonces preso en calidad de rehén y bien sabemos por la historia, que todo el oro que entregó luego a Pizarro, de nada le sirvió para salvar su vida” -concluye.
Esto no es nota roja, pero parecería en estos tiempos; además de ser ahora algo incongruente y salvaje de parte de un sacerdote, se sumaría lo inmoral y escandaloso, aunque hoy es casi normalizado lo aberrante, y hay infinidad de ejemplos, como la mujer que cambió a su hija por un tanque de gas o la madre que por seguir gozando de lujos, consentía que su pareja sentimental abusara de su menor hija o en los cruceros donde los adultos obligan a niños a limpiar parabrisas.
Lo que León Portilla demuestra y explica en su libro Códices, es: “La enorme diferencia que hay entre pueblos en posesión de un sistema de escritura y así mismo, de libros, respecto de aquellos que carecen de esto”.
En esta obra Códices, el experto reconocido en materia del pensamiento y la literatura de la cultura náhuatl, afirma que fuera del Viejo Mundo, solo en México y regiones cercanas de América Central, floreció la escritura y el arte de hacer libros y les llamaban amoxtli, que significa: Conjunto de papeles de amate y estos amoxtli, se conservaban en las amox-calli, casa de libros y eran elaborados por los tlahcuilos, pintores-escribanos nativos. Así que, cuando los españoles llegaron y mostraron la Biblia a los mexicas, aunque no entendían lo que significaban los signos en ese libro, no lo despreciaron. Conocían perfectamente lo que era un objeto que contenía información en algo semejante y hoy se le define como Códice Prehispánico.
Nuestros antepasados eran solo analfabetas idiomáticos, y pese a cualquier controversia o comparación, -tuvimos y aún se nota-, una Cultura ancestral sorprendente; los españoles, quemaron infinidad de códices, nuestros libros con nuestros conocimientos y nuestra historia, los de Castilla se escandalizaron por que se sacaban corazones para agradar a un Dios que no era el que ellos adoraban, pero los mixtecos, los mayas y los del Altiplano Central, tuvieron el concepto de libros y aunque también fueron en gran parte asesinados en nombre de la religión y la ambición por el oro, no despreciaban los libros.
Aquí los libros tenían su amoxcalli; es decir, su propia casa.