Mundialmente, la política exterior está experimentando transformaciones significativas en las últimas semanas, en gran medida influenciadas por el disruptivo estilo de gobierno norteamericano; marcando un antes y un después en las relaciones internacionales, obligando a muchos países a reevaluar sus estrategias y alianzas.
El gobierno de Trump adoptó una postura de políticas comerciales agresivas y rudeza en la renegociación de acuerdos internacionales. El Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) es un claro ejemplo de esta nueva dinámica que está detonando un proceso de tensiones y desacuerdos, que están complicando la relación trilateral. En Europa, la política exterior también se está viendo afectada por el cambio en la administración estadounidense; la Unión Europea, tradicionalmente aliada de Estados Unidos, se encuentra en una posición difícil ante las decisiones unilaterales de Trump, como la retirada del Acuerdo de París en lo que sentenció: «Me retiro inmediatamente de la injusta y unilateral estafa climática de París«; adicionalmente al igual que en América del Norte y Asia, el tema de la imposición de aranceles está llevando a Europa a fortalecer sus lazos y alianzas internas y a buscar, continentalmente, una mayor autonomía estratégica que permita sortear la relación transatlántica, que aunque tirante en estos momentos, habrá de resistir gracias a los lazos históricos y económicos que unen a ambas regiones.
Asia, particularmente China, ha aprovechado este contexto para expandir su influencia global. La iniciativa de la «Franja y la Ruta» que propone un nuevo concepto para las relaciones internacionales basado en la idea de “negociar, construir y compartir juntos”, a partir del libre comercio entre naciones, con el propósito de generar prosperidad y estabilidad compartida, tomando como antecedente el éxito de las relaciones establecidas entre Oriente y Occidente en la era de la histórica Ruta de la Seda, es un ejemplo de cómo China está reconfigurando el orden internacional a través de inversiones y acuerdos comerciales, en un sentido diametralmente opuesto a la postura que recientemente ha adoptado Estados Unidos, cuya rivalidad con China se ha intensificado, compitiendo por la hegemonía tecnológica y económica.
En este escenario geopolítico, México se ve orillado a diversificar sus relaciones comerciales, buscando equilibrar su dependencia de Estados Unidos con nuevas oportunidades en el resto del mundo, lo cual inminentemente requiere una nueva estrategia en cuanto a la política exterior que tradicionalmente ha privilegiado la integración y coordinación político-comercial que desde el Tratado de Libre Comercio de América del Norte hasta su evolución a T-MEC, había hecho sentir a nuestro país como el principal socio comercial y aliado del vecino país del norte y, en este contexto, la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum también ha marcado un nuevo capítulo en la política exterior mexicana, mostrando una mayor apertura hacia el multilateralismo y la cooperación internacional. Sheinbaum ha trabajado para fortalecer las relaciones con los vecinos del norte, al mismo tiempo que busca diversificar las alianzas comerciales y estratégicas de México. La participación activa en foros internacionales y la promoción de una agenda progresista en materia de derechos humanos y cambio climático han sido pilares de su política exterior y, el éxito de México en este contexto radica en su capacidad para adaptarse a un entorno internacional en constante cambio en el que, la habilidad para negociar y encontrar puntos de encuentro con actores diversos es crucial.
Con la misión apuntalar el desarrollo económico y social, la política exterior mexicana ha demostrado ser pragmática y flexible, permitiendo al país navegar las turbulencias generadas por incidencias más allá de nuestras fronteras, al tiempo de aprovechar las oportunidades que se presentan en la evolutiva dinámica de las relaciones internacionales, en la que la política exterior contemporánea será moldeada por las tendencias globales y afectada por las decisiones disruptivas de cualquiera de sus actores, especialmente de los que se les considera potencia y, en lo que se habrá que transitar fortaleciendo posiciones en el tablero internacional a través de una política exterior equilibrada y estratégica.