NO OBSTANTE que en otras columnas me he referido a la propaganda, hoy volveré a hacerlo, ante la “pobreza franciscana” anunciada el miércoles de esta semana por el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, durante la conferencia de prensa mañanera en Palacio Nacional, y que ratificó ayer jueves reunido con los miembros de su gabinete y otros funcionarios.
De la “austeridad republicana”, el gobierno obradorista pasó a la “pobreza franciscana”, evocando las órdenes de San Francisco de Asís, caracterizadas por una vida carente de la ostentación del mundo e inmersas en el desapego de lo terrenal, de lo material, de los frutos de la carne. El presidente, una vez más, hizo a un lado su investidura de “jefe de estado” y se convirtió en predicador.
Sin embargo, mientras estaba reunido con la poderosa pléyade de servidores públicos adscritos a la Cuarta Transformación, afuera del Palacio Nacional esperaban “la nota” esforzadas reporteras, entre ellas la “free lance” Laura Brugés, quien tuvo la curiosidad de videograbar la enorme fila de camionetas, todas ellas de lujo, propiedad de quienes, dentro del principal inmueble del Zócalo de CDMX, recibían instrucciones sobre cómo aplicar la nueva política de austeridad. La realidad es que el gobierno federal ya no encuentra cómo sacarle más agua a las piedras, a fin de evitar la paralización de las obras emblemáticas del régimen y mantener la transferencia de recursos a los programas sociales (no sea que se nos vaya a alborotar “la gallera”).
A reserva de lo que opinen nuestros lectores y amigos del auditorio, según mi punto de vista eso de pretender adelgazar aún más el gasto público vuelve a ser un ejercicio propagandístico por parte de quien domina el manejo de los medios y las emociones de su clientela preelectoral. Detractores y apologistas de López Obrador están plenamente informados sobre el nivel de vida de los más destacados miembros de la 4T, sin que ninguno se caracterice por llevar una vida de “pobreza franciscana”.
Este nuevo montaje se trata, ni más ni menos, de propaganda política, entendiéndola como un conjunto de estrategias encaminadas a manipular la conducta y de conseguir la persuasión de la masa para adherirse a una doctrina, en este caso el “obradorismo”. A diario en Palacio Nacional se repite una y otra vez el discurso tendiente a lograr el apoyo de la mayoría de los mexicanos a los temas propuestos por el presidente de la República.
El finado filósofo italiano Paolo Facchi expresaba, con relación a la propaganda política, que “es un trabajo de presión ejecutado para influir sobre la opinión pública y la conducta de la sociedad de tal modo que el individuo adopte una opinión y un comportamiento determinado (…) La propaganda política pretende crear, transformar o confirmar opiniones a favor de ideas y creencias, así como estimular determinadas conductas políticas (…) Dirigida a las masas, la propaganda política intenta ejercer su influjo con efectos emotivos y no con razones”.
Exagerando sus “cualidades” y escondiendo los defectos o errores de su gestión administrativa, el inquilino de Palacio Nacional le dice al “pueblo bueno y sabio lo que desea oír”. Sabe que quien domina los medios de comunicación de masas, domina el proceso político.
Más de una vez he escrito que las conferencias de prensa mañaneras tienen como objetivo fundamental sostener a la Cuarta Transformación, sin importar lo que opinen “las oposiciones”. El público, la gran masa, es decir su clientela preelectoral es lo que más interesa al presidente. A estas alturas del sexenio se ha mofado y sigue mofándose de quienes ingenuamente se van con la finta de lo que se diga en ese foro, donde pasa de un tema a otro, de una ocurrencia a otra, sin recato.
Nada de lo que se diga de él en los medios le causa mella al multicitado político tabasqueño quien ahora, por cierto, está muy entretenido con la prematura efervescencia electoral. No tiene ningún pudor para burlarse inclusive de sus “corcholatas”, o sea, aquellas mujeres y hombres que se sienten “presidenciables”. Por eso cada día se decantan más las posiciones de obradoristas y morenistas. No son lo mismo. En una columna posterior analizaré la diferencia entre unos y otros.