Algún día, siendo presidente municipal electo de Cuernavaca, José Luis Urióstegui Salgado declaró que no era militante de ninguno de los dos partidos que lo llevaron al sitio donde, de manera trompicada, ahora despacha. Esos institutos políticos fueron, como todo mundo sabe, el Partido Acción Nacional (PAN), cuyo dominio a nivel estatal lo ejercen los hermanos Juan Carlos, Adrián y Oscar Daniel Martínez Terrazas. Y el Partido Social Demócrata (PSD), a propiedad de Israel Yudico Herrera, que solo sirvió de comparsa.
Adrián, con los mismos apellidos, es todopoderoso regidor dentro del Cabildo cuernavacense, representando y defendiendo los intereses de sus consanguíneos y, desde luego, fiscalizando cada decisión asumida por Urióstegui, a quien los Martínez Terrazas tienen acotado y con quien, según se dice en Radio Pasillo en el gobierno de la capital morelense, ya establecieron una serie de complicidades para ejercer el tráfico de influencias y la consecución de lucrativos contratos. Entre otras canonjías, Adrián convirtió a su suegro Humberto Paladino en Secretario de Desarrollo Económico y Turismo.
Aquello de que Urióstegui Salgado había alcanzado la alcaldía de Cuernavaca debido a su condición ciudadanizada fue una completa farsa, pues siempre se mostró tal cual: aliado a una cábala de cuates posesionados del partido blanquiazul, gracias a lo cual han logrado su consolidación patrimonial a base de conseguir cargos de elección popular, a lo largo y ancho de Morelos, entre quienes aceptaron destinarles parte de sus salarios y/o dietas mes a mes. Hay un caso concreto: el ayuntamiento de Emiliano Zapata, donde el alcalde Sergio Alba, está sometido a los designios de la tríada.
La adhesión del Partido Social Demócrata con el PAN para impulsar la candidatura de Urióstegui está suficientemente pagada con la incrustación de Israel Yudico Herrera como estratégico Secretario de Administración, desde luego dominado por los hermanos Martínez Terrazas.
Hasta el viernes anterior el grupo tenía otro aliado: Pablo Aguilar Ochoa quien, sin embargo, solicitó “licencia temporal” al cargo de Secretario de Desarrollo Sustentable y Servicios Públicos, tras el colapso del puente colgante del Paseo Ribereño de la Barranca de Amanalco. No le fue pedida su renuncia, como sí pasó con otros servidores públicos, entre ellos Paola Hernández Vargas, hoy ex Coordinadora de Protección Civil del Ayuntamiento, porque los Martínez Terrazas presionaron a Urióstegui para que no lo hiciera. ¡Ellos mandan en la comuna cuernavacense!
El “pecado” de Paola Hernández fue haber advertido el 3 de marzo del año en curso que ¡el puente no podía ser reabierto! debido a varias irregularidades. Pero como el hilo siempre se revienta por lo más delgado, Urióstegui la reventó a ella. Asimismo, es importante recordar que el alcalde, cual vil Poncio Pilatos, se lavó las manos y transfirió la investigación del lamentable suceso a la Fiscalía Anticorrupción, a cargo de Juan Salazar Núñez, quien deberá echar mano de toda su imaginación para lograr los dictámenes técnicos con respecto a lo ocurrido. El presidente municipal entró de lleno a ocuparse a otros asuntos, a fin de desviar la atención sobre algo que pudo haber tenido resultados fatales por pérdidas humanas.
Simultáneamente a la lucha interna por el poder dentro del Ayuntamiento a cargo de varios grupos de presión, Cuernavaca continúa en decadencia, la cual es perceptible en muchas zonas de la ciudad. La decadencia urbana sucede cuando parte de una localidad cae en deterioro o abandono. Las características del decaimiento incluyen altas tasas de desempleo, delincuencia, despoblación, paisajes desolados, edificios abandonados y familias separadas. La decadencia urbana no es por una sola causa sino por la combinación de varias, incluyendo urbanización precaria, pobreza, suburbanización, anarquía y lo que yo denomino la existencia de “zonas de tolerancia” y/o “zonas de exclusión”.
La urbanización pobre incluye la construcción de nuevos asentamientos humanos en condiciones de precarismo, tal como sucede con la capital de Morelos. Casi siempre se trata de colonias irregulares cuyos moradores no disponen de servicios públicos. Esa misma gente consigue empleo precarista en el mercado laboral. Y si algo caracteriza a Cuernavaca es la existencia de muchos sectores informales posesionados del espacio público para sus actividades económicas ilegales. El gobierno municipal hace como que regulariza y resuelve la problemática, pero en realidad son simples montajes. No pasa nada. Muy temprano se cayó en el terreno de la simulación cotidiana.
Y es así como surgen más factores de decaimiento urbano: altos niveles de pobreza, elevada problemática de drogadicción y alcoholismo, criminalidad y pandillerismo. La clase media y media alta mantiene la percepción de inseguridad. Mientras se presentan vaivenes en la incidencia delictiva (así es el comportamiento de las células criminales), las propiedades se deprecian.
Cuernavaca exhibe cada vez más la degradación de su antigua cohesión social. Muchos de los residentes ya no se sienten orgullosos del lugar donde viven. Es menos frecuente ver a los moradores de las colonias limpiando sus patios y frentes de calles. Con el paso de los años esta tendencia a la suciedad propició otros signos de decadencia urbana: el grafiti y la proliferación de basura. Todo desalienta la confianza empresarial y las actividades económicas. En fin. Estaremos atentos al desarrollo de los acontecimientos en el gobierno que se encuentra a cargo, no de José Luis Urióstegui Salgado, sino de una cábala de cuatachones que día a día encuentran nuevas formas de engrosar sus bolsillos con los exiguos recursos disponibles en las arcas municipales.