Muchas veces me he referido al excelente libro País de Mentiras (México: Editorial Océano, 2008), de la socióloga e historiadora Sara Sefchovich. Esta brillante mujer nació en Ciudad de México el 2 de abril de 1949 y es autora de 14 libros y múltiples artículos en periódicos y revistas. La obra concentra entregos periodísticos publicados por Sefchovich en El Universal a lo largo de 10 años y explica de manera inductiva y deductiva la patología de la mentira entre la sociedad mexicana, pero sobre todo se refiere a la forma muchas veces tan simplista con que mienten los políticos y funcionarios mexicanos.
Hoy quise retomar de nuevo parte de lo analizado por Sara Sefchovich en su libro, ante las frecuentes mentiras expresadas por los más importantes exponentes de la 4T, a las que recientemente recurrieron para cobijar a Américo Villarreal Anaya, gobernador electo de Tamaulipas, quien había pedido licencia para separarse del Senado de la República y pretendió, mediante un berenjenal legislativo, retornar al pleno este lunes con el objetivo de conseguir fuero y evadir una supuesta orden de aprehensión emitida por las autoridades estatales Tamaulipas, por haberse presuntamente confabulado con el crimen organizado para garantizar la obtención de votos en los comicios del 5 de junio del presente año.
Villarreal Anaya recibió todo el respaldo del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, en dos conferencias de prensa mañaneras. Y lo mismo hizo el martes en el Senado el titular de la Secretaría de Gobernación, Adán Augusto López. Desde luego, con su sacerdotal voz y actitud demagógica, Ricardo Monreal, jefe de la bancada de Morena en la misma Cámara, patentizó su respaldo al personaje que el primero de octubre tomará posesión en la fronteriza entidad.
Aquí lo importante de subrayar es el encubrimiento a un candidato y mandatario electo, acusado de recibir el apoyo de grupos delincuenciales para alzarse con la victoria. Eso definitivamente significó vender la plaza a muy alto costo. Propios y extraños en Tamaulipas conocen el pasado pernicioso de Américo Villarreal Anaya, así como sus relaciones con jefazos del Cártel del Golfo.
Cuando López Obrador y sus principales corifeos emplean las mentiras tal como lo hicieron en torno a Villarreal Anaya y la “no consulta” sobre la militarización del país (a celebrarse el 22 de enero de 2022), siempre buscan desviar la atención y confundir a la opinión pública nacional con el fin de proteger a sus compinches.
Por eso es importante retomar a Sara Sefchovich quien, en el magnífico libro País de Mentiras, se esforzó por ubicar a la mentira en función de sus contextos históricos y de sus dinámicas particulares en situaciones sociales que se consideran ejemplares. Es el caso de las mentiras que tienen que ver con la brecha existente entre las declaraciones oficiales del gobierno mexicano, que se afirman como “hechos y milagros” en cada uno de los periodos sexenales que dura la presidencia, frente a los datos verificables de la realidad.
En el enfoque deductivo, la autora se detiene para responder a la cuestión de por qué la realidad social mexicana está tan ligada con la mentira. Lo atribuye a una tradición heredada de autoritarismo, a la difícil inserción de México en la modernidad, a la complicada posición del país frente a Estados Unidos, América Latina y Europa y a las condiciones de sobrevivencia en la sociedad mexicana, ya que en todos los estratos la pobreza va de la mano con el imperativo de proteger a toda costa el estatus que se ha alcanzado.
La existencia del caudillaje, como el ejercido por AMLO; el convencimiento del poder de la palabra para crear la realidad y no solamente para describirla (“si digo algo, ese algo es”); la necesidad de que el país se perciba como capaz de cumplir los grandes proyectos de la Cuarta Transformación en el contexto de las dificultades tanto de la modernidad como de las relaciones internacionales; el deseo de demostrar que México es el primus inter pares en América Latina; y la simple y llana incapacidad del sistema económico —incrementada por la incontenible corrupción, la falta de rendición de cuentas y el fraude para las aspiraciones sociales y políticas— son las referencias a partir de las cuales la autora deduce la forma por la cual la mentira es siempre y desde siempre la forma de encubrir las deficiencias, incompetencias, manifestaciones de cinismo y privilegio tanto de la ideología como de la pragmática, por encima del análisis social objetivo.
El resultado es una caracterización densa, absorbente y brutalmente enfurecida de la vida mexicana con todas sus texturas. Hoy por hoy, la mentira vuelve a aparecer con mucha más fuerza en la vida pública del país. Y gran cantidad de mentiras salen a diario del Palacio Nacional. Cualquier simple cristiano puede comprobarlo a diario. Pobre México, un País de Mentiras.