Mi hermano Víctor Manuel Cinta Flores (finado) solía decir que “vivimos en ‘Norelos’, no en Morelos”. Y tenía muchísima razón, pues la expresión favorita de muchísimos morelenses es “NO”. En las empresas de servicios aparece el fenómeno con empleados de la más modesta fonda hasta los meseros de sofisticados restaurantes, quienes suelen decir NO a las peticiones (razonables) de los comensales.
Pero muchas veces, a lo largo de casi cinco décadas de ejercicio periodístico, hemos comprobado la aplicación del sobrenombre “Norelos” al Estado de Morelos cuando constatamos y registramos la oposición sistemática a todo, si de construir nueva infraestructura se trata.
¿Conformismo, perverso diseño de estrategias políticas tendientes a desestabilizar y obstruir a los regímenes en turno, rechazo a imposiciones centralistas, freno o temor a la urbanización, existencia de comunidades locales más o menos estructuradas, nula socialización de los proyectos? Puede deberse a uno o a todos estos factores. Ejemplo de lo antes dicho es lo que prevaleció durante alrededor de 12 años sobre un tramo reducido de la autopista La Pera-Cuautla (dentro de la jurisdicción tepozteca), donde hubo quienes obstruyeron la ampliación de esa vía de comunicación, cuando la obra llevaba un avance del 90 por ciento en el resto de su recorrido.
La falta de infraestructura es evidente en la entidad, pero siempre que los tres órdenes gubernamentales buscan consolidar proyectos, de inmediato surgen voces y acciones contrarias.
Antes de continuar me referiré a lo que es la infraestructura, realización humana diseñada y dirigida por profesionales de arquitectura, ingeniería civil, urbanistas, etcétera, que sirven de soporte para el desarrollo de otras actividades y su funcionamiento, necesario en la organización estructural de las ciudades, comunidades y empresas. Es la infraestructura que durante varios sexenios se descuidó o abandonó en los municipios de Morelos por diferentes causas, empezando por las penurias financieras.
El vocablo infraestructura es utilizado habitualmente como sinónimo de obra pública por haber sido el Estado el encargado de su construcción y mantenimiento, en razón de la utilidad pública y de los costos de ejecución, generalmente elevados.
Comprende: la infraestructura de transporte terrestre (avenidas, carreteras o autopistas, líneas de ferrocarril y puentes); la aérea (aeropuertos con todos sus implementos); la energética: redes de electricidad (alta, media y baja tensión, transformación, distribución y alumbrado público); redes de distribución de calor (calefacción urbana); redes de combustibles (oleoductos, gasoductos, concentradoras, distribución); otras fuentes de energía (presas eólicas, térmicas, nucleares, etcétera); hidráulicas (redes de agua potable, embalses, depósitos, tratamiento y distribución); redes de desagüe (alcantarillado o saneamiento y estaciones depuradoras); redes de reciclaje (recolección de residuos, vertederos, incineradoras, etcétera); infraestructura de telecomunicaciones (telefonía fija); redes de televisión de señal cerrada; repetidoras, fibra óptica y celdas de telefonía celular; y la infraestructura de usos (vivienda, comercio, industria, salud, hospitales, educación, colegios y universidades, recreación parques y jardines).
A Cuernavaca y otras regiones morelenses les urgen dichas infraestructuras para mejorar su competitividad nacional, pero cuando hay avances surge el sabotaje político con el objetivo de destruir al contrario, a veces mediante el “fuego amigo”. Lo partidario o político aparece siempre.
CUERNAVACA, LA DECADENTE CAPITAL
En el caso concreto de Cuernavaca sus escasos avances se realizan a regañadientes. No han sido pocos los presidentes municipales víctimas del “fuego amigo”, mientras en toda la ciudad el paisaje social se deteriora.
Y tampoco son escasos los morelenses que luego de visitar otros estados señalan nuestros rezagos e insuficiencias y hacen las odiosas comparaciones. Tras viajar a Querétaro, Aguascalientes, Guadalajara, San Luis Potosí, Mérida y otras distinguidas ciudades mexicanas, los oriundos o avecindados de Cuernavaca exclaman: “¿Por qué estamos tan atrasados?”. La respuesta es multifactorial, pero ahora debo destacar el factor cultural mencionado a lo largo de esta columna: en Morelos existe la tendencia a decir “NO” a todo.