El domingo 27 de noviembre de 2022 quedará plasmado en la historia nacional debido a la marcha desarrollada en Ciudad de México a favor del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, y del movimiento socio-político denominado Cuarta Transformación. Obvio, el apoyo también será para el Partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
Pero la fecha mencionada también deberá ser registrada por los estudiantes y expertos en mercadotecnia política, pues la enorme movilización demostró el éxito social conseguido por AMLO a lo largo de cuatro años, desde el Salón Tesorería del Palacio Nacional, a través de las conferencias de prensa mañaneras.
Ni duda cabe que esa estrategia propagandística, sostenida a un alto precio por el estado mexicano (es decir con recursos públicos) ha funcionado, no solo para consolidar al presidente de la República, sino también para apuntalar electoralmente a Morena. López Obrador, por decirlo de una manera más clara, ha pasado todo su mandato haciendo campaña presuntamente a favor de la 4T, pero en realidad la propaganda le ha funcionado sobremanera a Morena, por encima de todas las oposiciones.
La marcha a favor de AMLO y en contra de quienes rechazan la reforma constitucional electoral propugnada por el presidente, la cual extinguiría al INE, se llevó a cabo con el acarreo de cientos de miles de ciudadanos, ello gracias a la desviación de recursos públicos por parte del partido en el poder. Sin embargo, otras marchas, iguales o semejantes, fueron comunes en los alrededor de 80 años de gobiernos priístas. No nos hagamos tontos. Empero, la diferencia estriba en que López Obrador actúa, no solo con un doble discurso y una doble moral, sino también por encima de las instituciones y el marco constitucional, de una manera descarada. Eso mismo lo vimos en diferentes épocas con varios presidentes de la República. Pero hoy lo practican quienes dicen ser diferentes. La marcha del domingo, es importante subrayarlo, fue en respuesta a la de la sociedad civil realizada el 13 de noviembre en defensa del INE, pero además para enviar a la prensa internacional una señal de que el presidente mexicano está fuerte, así como su gobierno.
LA PROPAGANDA Y LA 4T
La propaganda, insisto, le ha funcionado de manera óptima a López Obrador, quien a estas alturas del juego preelectoral, debe percibirse a sí mismo como un mesías, iluminado y omnipotente. Este domingo lo vimos convertido en un hombre gozoso de estar al frente de la Presidencia de la República, cuyo espíritu difícilmente será sacado del Palacio Nacional por sus adversarios y detractores. Se plantó ahí porque desde siempre ambicionó tener poder plenipotenciario.
Y es que cualquier mortal valora y ambiciona el poder: social, político, económico, religioso, etcétera. Hay quienes lo buscan aunque les vaya la vida. Son capaces de degradarse ante quien fuere, perder la dignidad, convertirse en lamebotas y traicionar hasta a su madre, si es necesario, en el afán de alcanzar esa condición.
López Obrador está convertido en un dictador, ansioso por implantar en México un gobierno totalitario siempre fiel a la Cuarta Transformación. Su cotidianeidad se caracteriza por creer que es omnipotente y omnipresente. Su caminata, entre miles y miles de marchantes desde el Monumento a la Independencia hasta la Plaza de la Constitución de CDMX, proyectó, no a un presidente o un estadista, sino a un pontífice, al más encumbrado representante de alguna de las religiones importantes del mundo. En suma: a un salvador del mundo. Esto podría sonar exagerado, pero no lo es. Se trata de un trastorno de personalidad, vinculado a la disociación. Es algo estudiado y tratado terapéuticamente por la psiquiatría. Y no es tampoco extraño, pues el fenómeno se presentó entre algunos de los más grandes tiranos de la historia mundial.
El precio de este superhombre radica en las secuelas; trastornos de ansiedad, pánico y depresión que padecen quienes no pueden alcanzar las expectativas que se imponen. A la vez, tienen un nivel de frustración escaso o nulo. Sin embargo, es evidente que la frustración de AMLO siempre lo lleva (así lo vimos en la Plaza de la Constitución) a atacar a a sus oponentes; con suma frecuencia busca demostrarles quién tiene el control, el predominio, el disfrute del poder desde el Ejecutivo federal. Hay de por medio un carácter neurótico y obsesivo. Por eso ha pretendido desmantelar todos los organismos autónomos, para no tener contrapesos, bajo el pretexto de que eliminándolos habría ahorro.
López Obrador centraliza todo. Supone que lo puede hacer todo, aunque haya dicho que no es todólogo. Quizás las únicas tareas pendientes de este tipo de personalidad omnipotente sean aprender a delegar y sortear las frustraciones, aceptarse tal cual uno es y, sobre todo, encontrar el verdadero motivo de la búsqueda incansable de la perfección, la cual, quizás, sea el amor o reconocimiento que no tuvo en su momento.
Pobre hombre. Las fantasías de omnipotencia siempre conllevan demasiada presión y la tensión termina por desatar algún trastorno o ataques de pánico.
Y todo esto, ¿a precio de qué y para quién? Para llenar las expectativas de ese ideal del Yo que nos exige la perfección que considera socialmente aceptable; en fin, para sentirse amados. Reconocer que queremos poder y más poder (nunca menos) no es fácil, porque se supone que el poder está asociado a las personas que necesitan someter a los demás para lograr sus objetivos, controlar y subordinar, ser egoístas y competitivos. Por eso sigue en marcha la propaganda del régimen mediante la utilización de todo el aparato de estado. Lo del domingo fue una marcha de estado. Y lo de lunes a viernes es propaganda de estado.