Una renovada visión del Capitalismo, denominada Capitalismo Progresista, pretende suprimir las deficiencias que facilitaron la concentración del capital, en el decil que históricamente ha aglutinado la riqueza, y que parecían dispuestas a perpetuar la pobreza en aquellos que menos tienen, quienes más necesitan.
El concepto es relativamente nuevo (2019), y surge genuinamente de quien presidiera los esfuerzos de investigación del Instituto Brooks para la Pobreza Mundial, Joseph Eugene Stiglitz, Premio Nobel de Economía y sin duda, uno de los más reconocidos economistas a nivel internacional de los últimos años. Para Stiglitz, “el Capitalismo Progresista, sustentado en una comprensión clara de los elementos que fomentan el crecimiento y el bienestar de la sociedad, nos ofrece una opción para salir del lodazal, y mejorar la calidad de vida de la población”.
El término progresista, se explica por sí solo y, por tanto, tras el surgimiento en México (usualmente por autodenominación), de la “Derecha Progresista”; la “Izquierda Progresista”; de “Gobiernos Progresistas”; de “Políticos y Gobernantes Progresistas”, resultaría lógico que estemos en la ruta por alcanzar el capitalismo progresista que nos permita como país, sortear los desatinos del neoliberalismo y la grave recesión que nos dejó la contingencia sanitaria a causa de la pandemia; es decir, en congruencia con el ánimo de cambio constante, inherente al progresismo, que debate su naturaleza entre ser un valor o tan solo un medio para alcanzar el bienestar esperado.
Lo anterior, refuerza la idea de que el debate entre las ideologías de izquierda y de derecha, se agota a la luz de la postmodernidad, cediendo paso al carácter progresista no solo de la política, sino de nuestra economía, que debe impulsar el beneficio social aunque ello requiera la regulación de los mercados para detonar riqueza, lo cual implica tener muy claro que la búsqueda por la justicia y la igualdad social, por ningún motivo puede ser el homogeneizar la pobreza, sino, por el contrario, impulsar la capacidad adquisitiva en cada uno de los sectores de la población.
“Tenemos que salvar al capitalismo de sí mismo”, y ello requiere la intervención del gobierno, a través de políticas públicas que establezcan un nuevo pacto social entre gobierno y sociedad y, al mismo tiempo, la expedición de normas claras y de cumplimiento obligado para los mercados y los sectores financiero y corporativo, que legítimamente se deben a la rentabilidad, sin que ello implique dejar de lado su corresponsabilidad con el pleno del conglomerado social.
Esta es la razón que entrelaza la vida política con la vida económica, ambas conllevan un enorme impacto social que les hace fundamentales en el fin último de hacer realidad el estado de bienestar que considere una relevante atención colectiva por la educación, seguridad, salud, y cada uno de los rubros que determinan no solo el bienestar sino la protección social como tarea de estado, con igualdad de oportunidades en los procesos de generación de riqueza en todos los sectores sociales y que les permita involucrarse, que les proteja de ser relegados a la efímera solución de los “programas sociales”.
Ante la oportunidad de tomar ventaja de años de estudio, investigación y análisis, de un intelecto como el de Stiglitz, hay que hacerlo, y así, como históricamente la riqueza ha predeterminado riqueza, debemos romper el ciclo vicioso que ha determinado a aquellos que nacen en la pobreza, se resignen a vivir por siempre en ella; pues ante este nuevo enfoque del capitalismo, parece posible el combinar la prosperidad económica con la socialización de la riqueza; tema que obliga a “debatir el presente para un mejor futuro”, como bien expresa, Cuauhtémoc Cárdenas, al presentar su libro “Por una democracia progresista”.