Una confirmación más de la radicalización de la postura presidencial se vivió el pasado viernes en Campeche. Andrés Manuel López Obrador fue muy enfático al señalar sus objetivos políticos, con un endurecido discurso contra quienes se opongan a su proyecto, a su modelo, que denomina “humanismo mexicano”.
López Obrador quisiera ver en los libros de texto, lo más pronto posible, así como se lee en las obras de historia universal sobre el renacimiento o la ilustración, un subtítulo en la historia nacional que se llamara “el humanismo mexicano”.
La realidad es que hasta la concepción de su “humanismo mexicano” es una más de sus ocurrencias, carente de sustento y hasta contradictoria. Mientras el humanismo en general tiene profundas raíces filosóficas y sólidos fundamentos epistemológicos, lo que denomina López Obrador como “humanismo mexicano” se basa tan sólo en la recopilación de aforismos escritos por José María Morelos y Pavón, el asistencialismo, cual pálido émulo de las políticas del Estado de Bienestar, y la intención de resolver los grandes problemas sociales atacando sus orígenes.
Al principio de su gestión, Andrés Manuel habló del Estado de Bienestar. Sugirió que México habría de tomar esa ruta, pero se quedó solamente en la extensión e intensificación de los programas asistencialistas. Pero en todo lo demás, como salud, trabajo, vivienda y educación ni de lejos se acerca a las políticas del Estado de Bienestar, cuyos resultados hicieron pasar a varios países europeos del tercer al primer mundo.
Las políticas económicas de López Obrador no son compatibles con el Estado de Bienestar, desde el momento en que no busca sacar a México de la pobreza, convertirlo en un país desarrollado, sino paliar la desgracia del setenta por ciento de la población, manteniéndola pobre, pero apoyándola para manipularla como clientela electoral.
Dos años después, como si hubiese descubierto una nueva rama de la ciencia, se inventó, se le ocurrió, llamar a su programa asistencialista, a la inversión en obra pública y a la centralización, poniéndolas mayormente en manos de militares y marinos, como la “economía moral”. Otro concepto que no ha tenido ni tendrá mayor trascendencia académica ni histórica. No representa nada nuevo, pues desde Julio César, en Roma y hasta Hugo Chávez en Venezuela, los ejemplos del uso político de los programas sociales y la obra pública sobran.
Ahora que este año nos salió con la nueva ocurrencia del “humanismo mexicano” y ya la tomó para el cierre de su mandato, vea usted en qué consiste en realidad. Es una suerte de combinación de su “economía moral” con los planteamientos de la lucha independentista, aderezado con su discurso de lucha contra la corrupción y el apoyo a los más pobres.
Pero, en concreto, el llamado “humanismo mexicano” de López Obrador se trata de la añeja fórmula de darle al pueblo pan y circo. Nada más, pero nada menos. De fondo nada ha cambiado. En suma, de eso se trató su quinto informe.
Y para iniciados:
La polémica sobre el caso de Uriel Carmona Gándara se desató de nuevo el viernes por la tarde. Hubo quienes confiaban en que por la madrugada ya se encontraría de vuelta en su casa y otros pensamos que algo se le ocurriría al la Fiscalía de la Ciudad de México para mantenerlo en prisión. Y así sucedió. Si bien una lectura es la jurídica, la que tiene que ver con el orden constitucional y los procedimientos, la otra es la política. Haberlo dejado en libertad habría significado una derrota para Claudia Sheinbaum y López Obrador, y de ninguna manera están dispuestos a que eso suceda. Como fuera, está decidido que harán lo que sea posible para mantenerlo no en prisión, sino lejos de la silla donde podría activar las carpetas de investigación pendientes.
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