Cuando analizamos las circunstancias y factores que entregan a miles de jóvenes al crimen organizado, se concluye que desde su vida cotidiana se trató de sujetos con dificultades para relacionarse socialmente, sentimientos de inferioridad, temores, depresión, frustración y sensación de incertidumbre.
Cualquier semejanza con la conducta de muchos jovencitos a quienes conocemos no es coincidencia, sino parte de una realidad que se agravó durante las dos décadas pasadas sin las medidas preventivas adecuadas.
El fenómeno creció hasta niveles insospechados dentro de un caldo de cultivo fomentado y aprovechado por grupos criminales. La región de Morelos más afectada por la problemática es la zona metropolitana de Cuernavaca, donde se encuentra el municipio de Jiutepec, hoy por hoy convertido en “La Meca del Vicio” en nuestra entidad, pero cuyas autoridades municipales están empleando el programa de alcoholímetro, dizque para evitar hechos violentos, como los homicidios dolosos, y los accidentes cuyo saldo casi siempre es fatal.
Nada más contradictorio ante la realidad que significan miles de negocios de giro rojo autorizados por la administración anterior y la actual, es decir la misma a cargo del alcalde Rafael Reyes. El uso de tal artefacto simple y llanamente constituye un acto de hipocresía; es un montaje para maquillar la realidad del alto consumo de bebidas embriagantes en esa localidad… que genera pingües ganancias discrecionales para la mayor parte del cuerpo edilicio de Jiutepec.
Jiutepec es un territorio sin ley, caracterizado por los contubernios entre policías municipales y delincuentes. Estos últimos pudiesen operar ahí mismo, pero otros salen a “chambear”, por ejemplo a Cuernavaca, y regresan tranquilos sin ser molestados. Puedo asegurarles que una minuciosa investigación de la AIC de la Fiscalía General de Morelos en establecimientos de grúas y cosas parecidas, arrojaría la detención de bandas de robacoches.
Pero, regresemos a la incidencia criminal, que afecta tanto a hombres como a mujeres; el índice de delincuencia entre los hombres es elevado desde edad temprana. Empiezan a los ocho años, pero delinquen con mayor frecuencia entre los 16 y 17. Y se inician en el alcoholismo y tabaquismo a los 12, para pasar a estupefacientes casi de inmediato. De ahí a ser reclutados como miembros del crimen organizado hay una delgada línea roja.
Bajo una rigurosa interpretación psicológica, algunos científicos sociales encuadran este grave flagelo dentro del trastorno de personalidad antisocial. Dicho “síndrome” es una condición caracterizada por el desprecio permanente a favor de la vida, y la violación de los derechos de los demás, que comienza en la niñez o la adolescencia temprana y continúa hasta la edad adulta. El engaño y la manipulación son características centrales de este trastorno.
A continuación, describiré siete criterios que sirven para diagnosticar el trastorno de personalidad antisocial, cuyos signos aparecen desde edades tempranas. Son los siguientes:
1) Cuando no se ajustan las normas sociales con respecto de las conductas legales, según lo indicado por la realización de actos que son motivo de detención;
2) Deshonestidad, indicada por mentir repetidamente, utilizar un alias, estafar a otros para beneficio personal o por placer;
3) Impulsividad o incapacidad para planificar el futuro;
4) Irritabilidad y agresividad, según lo indicado por peleas físicas repetidas o agresiones;
5) Temerario desprecio por la seguridad de sí mismo y la de otros;
6) Irresponsabilidad persistente, indicada por la incapacidad de mantener un trabajo con constancia o de honor las obligaciones financieras; y
7) La falta de remordimiento, como lo indica la indiferencia o la justificación del haber dañado, maltratado o robado a otro.
A pesar de los multimillonarios apoyos del gobierno federal y algunas administraciones estatales destinados a la juventud, el reclutamiento de adolescentes por el crimen organizado sigue implacable.