No cabe duda de que el presidente de México es, como diría Aristóteles y en toda la extensión del concepto, un auténtico “animal político”. Andrés Manuel López Obrador, a diferencia de sus antecesores de lo que él llama el periodo neoliberal, quienes una vez llegando a la presidencia se dedicaron no sólo a la administración pública, sino también al disfrute de todo aquello que conlleva tal investidura, Andrés Manuel ha seguido haciendo política, construyendo un proyecto de largo plazo y acomodando las piezas del tablero casi a su antojo.
Incluso antes de los cambios promovidos por los gobiernos de los ochenta para acá, no nos asombraba enterarnos que cada presidente dejaba su cargo siendo más rico que el anterior, aceptaban las reglas no escritas de la política mexicana y guardaban bajo perfil, sabiendo que el poder ya estaba en otras manos. El sistema político funcionaba, gustara o no a los presidentes entrantes y salientes, tal como lo describieron en su momento diferentes investigadores y escritores.
López Obrador sí ha intentado cambiar al sistema político. Sin embargo, encontró resistencias severas en los otros dos poderes de la Unión, en los órganos constitucionalmente autónomos y entre la sociedad civil contra los que ha enfocado sus baterías, generando entre sus seguidores una sensación de que sólo hay dos bandos: el del presidente que argumenta gobernar por el pueblo y para el pueblo y los opositores que no son más que conservadores que quieren regresar a la época de la corrupción y los privilegios.
Hay que hacer el paréntesis: señalar que ni la corrupción ni los privilegios se han acabado, como tampoco gobierna el pueblo, pero ese ya es otro tema.
Aunque lo haya negado en múltiples ocasiones, la estrategia sí ha sido la de la polarización. En su cálculo político, Andrés Manuel ve mayores posibilidades de continuidad del proyecto de la cuarta transformación así, polarizando, que llamando a la unidad de los mexicanos. Confía más en el respaldo de los más pobres, beneficiarios de los programas sociales, que no salen ni saldrán en realidad de la pobreza que padecen, pero que llegan hasta a creer que es el presidente quien les da los recursos y los apoyos, y no que provienen de los impuestos que pagamos todos los demás.
Pero eso no es nuevo, no es de su invención. No es como ha querido hacerlo creer a sus huestes. La polarización es un fenómeno que está bajo estudio y discusión a nivel internacional. Y poner los temas de la agenda en términos de conservadores y liberales, izquierda y derecha, buenos y malos de “malolandia”, estás con la transformación o estás en contra, corruptos e impolutos, le ha funcionado al menos hasta ahora, apoyado no sólo en las mañaneras, sino en un ejército de promotores políticos llamados “los servidores de la nación”, que cobran en la secretaría del Bienestar.
Casi cada vez que dice “con todo respeto” a continuación vienen ofensas y descalificaciones. Cuando cualquier tipo de tragedia ocurre, son descubiertas corrupciones o contubernios, mentiras o demagogias, él las aprovecha para aparecer como la víctima de sus adversarios, como campañas orquestadas por la oligarquía, que se supone también debería haber desaparecido ya, en un gobierno que es del pueblo.
Estos serán los temas del debate rumbo al proceso electoral, parafraseando a Carlos Marx, podríamos decir: Un fantasma recorre Latinoamérica y es el fantasma de la polarización.
Y para iniciados:
Las decisiones e imposiciones desde la cúpula morenista se encontraron contra un dique. El Partido del Trabajo que encabeza en Morelos Tania Valentina Rodríguez Ruiz irá en una alianza parcial con el partido del presidente, dando la batalla por sus propios objetivos en el nivel municipal y distrital. Esos puntos porcentuales que vale el PT, ya fueran cinco o siete, junto con las posibles victorias que pueda tener llevarán necesariamente a la atomización de los triunfos electorales y, con ello, a la necesidad de acuerdos al interior de la entidad, para dotar al próximo gobierno de gobernabilidad y estabilidad.
La información es PODER!!!