Nunca la comunicación fue tan ágil, inmediata y accesible como en la actualidad, al grado de reconfigurar la dinámica social, que evoluciona positivamente en muchos sentidos. Gracias a esta disruptiva etapa de fácil acceso a diversas formas y plataformas de comunicación, contamos con avances significativos en cuanto a la transparencia y rendición de cuentas, logro social, que facilita el observar y mantenerse atentos del actuar del gobierno y los gobernantes, al tiempo de dar paso a la vinculación, a la incidencia de la sociedad civil, en las políticas públicas, como resultado de la positiva interacción entre sociedad y gobierno.
Sin embargo, ante la existencia de gobiernos de todos los niveles que para la socialización y difusión de sus acciones, decisiones y programas, se basan en estrategias de comunicación política, por supuesto favorables para dicho binomio sociedad-gobierno, implica también una cercanía de quienes ostentan el poder público con los multimedios de comunicación, cercanía en la que el pueblo, la sociedad civil organizada no puede, no debe quedar atrás, pues es razón de ser y fundamento de la existencia de los medios masivos de comunicación, en los que con excepciones mínimas, quienes se dedican a la tarea de informar lo harán siempre con una natural vocación social y ciudadana de perseguir y advertir la verdad.
En política todo comunica, incluso el silencio; y cuando la apatía y la inacción social se funden con el silencio, sin quererlo, se tornan en complicidad, expresando mucho más de lo que comunican, como sagazmente advierte Álex Grijelmo: “Normalmente, la realidad es más amplia que el relato que se hace de ella; y, por lo tanto, se suele dar un efecto de silencio: se omite una parte de la realidad a la hora de relatarla; y eso puede efectuarse con ecuanimidad o, por el contrario, con deseo de alterar la percepción”.
Es por ello, que como parte fundamental del desarrollo político nacional, requerimos periodistas, reporteros y comunicadores a modo, a modo sí, pero del compromiso ineludible con sus audiencias, con la sociedad que les hace depositarios de la verdad y confianza pública, confiriéndoles el papel de intérpretes de la realidad cotidiana, de decodificadores del contexto, de la narrativa que por estrategia cada gobierno, cada político, quiere imponer y que ellos pueden descifrar mejor que nadie, hacerlo del entendimiento colectivo, y con ello, despertar conciencias y alertar de irregularidades y desvíos de la ruta hacia el país al que todos aspiramos.
La acción ciudadana de participar en la comunicación, en la opinión pública ya sea desde la plática casual, las redes sociales, los servicios digitales de mensajería o bien la prensa, radio o televisión, tiene la bondad de constituirse al mismo tiempo en compromiso social, para garantizar y velar por la libre expresión de las ideas; lo que convierte en inaceptables los niveles actuales de violencia, intolerancia, incluso peligro, hacia quienes adoptaron como actividad laboral el noble oficio de informar, de ejercer profesionalmente la comunicación y el periodismo, constituyéndose en traductores de la realidad social y política a favor de la comunidad.
Contar con una sociedad informada, fortalece el cerco a la impunidad y debilita a aquellos proclives a abandonar los valores y principios que rigen el servicio público; de ahí la importancia de revalorar y proteger a quienes nos informan, a quienes nos comunican; pues es muy claro que la libertad de expresión es uno de los enemigos más fuertes de quienes abusan del poder.
El ejercicio de la comunicación política ha dejado de pertenecer exclusivamente al “círculo rojo” para convertirse en pilar de la participación política de toda la sociedad. Por cierto, las marchas y protestas son también una forma de expresión social, de comunicación política, a las que sería insensato dejar de escuchar.