Por primera ocasión en la historia política de Morelos y en la del partido de Andrés Manuel López Obrador (MORENA) han sido dictadas medidas cautelares contra un prominente miembro de ese instituto político al haber sido acusado de violencia política de género.
A Ulises Bravo Molina se le ha prohibido acercarse, comunicarse, acudir al domicilio o publicar por cualquier medio, “comentarios o publicaciones con contenido violento, así como actos de hostigamiento, intimidación, molestia, discriminación, denostación o similar”, por sí o por interpósita persona, en contra de la secretaria de Organización de Morena en el estado de Morelos “o personas relacionadas con ella”.
Asimismo, se advierte al imputado, medio hermano del gobernador de Morelos, Cuauhtémoc Blanco Bravo, que de hacer caso omiso “aplicarán las medidas de apremio” (es decir, coercitivas) contenidas en la normatividad vigente y se hará del conocimiento de la autoridad, en caso de que se presuma la comisión de algún ilícito.
En suma, Bravo Molina no podría ni ingresar a las instalaciones del Comité Directivo Estatal de Morena en Morelos y tendrá que enfrentar un proceso jurídico que muy probablemente terminará definiéndose en la sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y que podría concluir, al menos, con una multa, ser obligado a pedir una disculpa pública y su inhabilitación para ocupar cargos de elección popular, de ser encontrado responsable.
Respecto a este conflicto en Morena, como en otros que regularmente ha tenido desde su arribo al poder, más que haber sorpresas, hay sorprendidos. No se la esperaban. Sí sabían que las rupturas a su interior traerían consecuencias políticas que desestimaron, que no consideran trascendentes. Pero un revés de esta naturaleza, de tipo jurídico y en el que el tema principal es el de la violencia contra las mujeres, definitivamente los tomó desprevenidos.
Por supuesto, esta trama tiene antecedentes. Y fueron los propios morenistas quienes permitieron que los recién llegados a su partido los desplazaran de los órganos directivos en el Estado de Morelos, tanto por carecer de una estructura real como de los recursos para movilizar y comprar votos el día de la pasada elección de representantes partidarios. Los de enfrente sí contaron con las mañas y los recursos para ganar la mayor parte de las posiciones en juego.
Como lo anticipamos, la feria de las traiciones comenzó y continúa. En un principio aliados, Arnulfo Montes Cuén y Ulises Bravo Molina juntaron los votos suficientes para cerrarle el paso a Rabindranath Salazar Solorio y a los históricos. Sin embargo, el idilio duró muy poco. Como suele suceder en la política, los acuerdos se rompieron y los compromisos se dejaron sin cumplir.
Falta ver qué sucede en la sustanciación, los procesos y las instancias que sigan. No obstante, se den o no cuenta, el afectado es el proyecto político de Morena, el partido, su imagen y sus probabilidades de seguir siendo bien visto por la mayoría de los electores. Porque nos preguntamos ¿qué tipo de dirigentes, tanto formales como de facto, son los que tiene Morena?
Y para iniciados
Franco ridículo hicieron las fichas locales que aspiran a ser candidatas o candidatos a la gubernatura del estado de Morelos que se colgaron de la imagen y el legado histórico de Emiliano Zapata Salazar. Fotos, sombreros, caminatas, cabalgatas, publicaciones y demás pasaron desapercibidos a los ojos de quienes son los que de verdad importan: los electores, el pueblo. Se vieron y se criticaron entre ellos mismos. Cada uno en su juego y su guerra personal, pero en realidad alejados del ánimo popular.
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