No tengo el ánimo de ofender a quien se ponga el saco, pero me parece necesario recordar la forma en que ciertos funcionarios públicos alcanzan su nivel de incompetencia o Principio de Peter, a escaso tiempo de haber tomado posesión de sus cargos.
No son pocos los casos, incluido el mismísimo presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, quien de combativo activista social y político, pasó a ser un personaje plagado de ocurrencias. Todos los días, en su conferencia de prensa mañanera, de alguna forma u otra, ha cometido centenares de dislates y exhibiendo su mitomanía, amén de que su discurso es de exclusión y separatista.
Antes de continuar es necesario recordar que el famoso nivel de incompetencia se popularizó a comienzos de la década de los años 70 tras la publicación del libro “El Principio de Peter”, cuyo autor fue el doctor Laurence J. Peter.
Entre otras cosas la obra indicaba que “en una empresa, entidad u organización las personas que realizan bien su trabajo son promocionadas a puestos de mayor responsabilidad una y otra vez, hasta que alcanzan su nivel de incompetencia”.
Consecuencia de lo que el principio manifiesta, muchos puestos de alta dirección son ocupados por profesionales que no tienen la suficiente calificación para su trabajo, lo cual conduce a graves errores en las decisiones que toman las personas responsables en muchas organizaciones.
Sin embargo, en los anales de la historia universal existen registros de décadas anteriores sobre el principio de Peter, bajo distintas tesis.
Uno de los primeros en mencionar conceptos equiparables fue José Ortega y Gasset (en 1910). Quedaron en el siguiente aforismo:
“Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes”.
Es decir: el nivel de incompetencia se presenta en cualquier sector social, incluido el de la política y la administración pública.
Escribió Laurence J. Peter, como si estuviera hoy entre nosotros observando la descomposición en el gobierno federal a estas alturas del sexenio:
“Observamos a políticos indecisos que se las dan de resueltos estadistas. Es ilimitado el número de funcionarios indolentes e insolentes; jefes militares cuya enardecida retórica queda desmentida por su apocado comportamiento, y gobernantes cuyo innato servilismo les impide gobernar realmente”.
“En nuestra sofisticación, nos encogemos virtualmente de hombros ante el clérigo inmoral, el juez corrompido, el abogado incoherente, el escritor que no sabe escribir y el profesor de inglés que no sabe pronunciar”.
“En las Universidades vemos anuncios redactados por administradores cuyos propios escritos administrativos resultan lamentablemente confusos, y lecciones dadas con voz que es un puro zumbido por inaudibles e incomprensibles profesores”. Etcétera.
Varios observadores políticos, entre ellos este redactor, vemos incrustados en la administración federal a toda una pléyade de servidores públicos que viven a expensas de los recursos públicos, pero inmersos en el principio de Peter. Eso de la Cuarta Transformación se convirtió rápidamente en una falacia histórica. Todo en el entorno de López Obrador fue lucha preelectoral durante dos sexenios, pero hoy que son gobierno, resultaron un fiasco. Eso de que durante los próximos dos años México tendrá un sistema de salud pública mejor que el de los países nórdicos de Europa (verbigracia Dinamarca), es una gigantesca mentira. Esa falacia la hemos escuchado los pasados cuatro años. No veo por qué, ahora sí, el país se perfile hacia la obtención de un servicio médico por lo menos similar a las naciones más desarrolladas de Europa. No se observan señales de que así vaya a suceder.