El día de ayer falleció, a los 91 años de edad, quien fuera el último presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Mijail Gorbachov creyó que sería posible transformar a la superpotencia socialista, sin apartarse de las convicciones del marxismo-leninismo que le dieron vida y sustento ideológico. Pero no fue así.
La reforma económica y política, Perestroika y Glasnost, junto con la Ley de Libertad de Conciencia y la recuperación de los principios de la libertad de elección y el respeto a los derechos individuales llevaron muy pronto a que su sistema político no pudiera enfrentar sus múltiples contradicciones. Sucedió lo que teóricamente ya había explicado Carlos Marx: comenzó por la modificación sustantiva de las relaciones sociales de producción y terminó, en consecuencia, con el abandono de la ideología socialista.
Mientras en México, a principios de diciembre de 1988, se vivía la más grave crisis del sistema político posrevolucionario, con la asunción como presidente de la República de Carlos Salinas de Gortari, entre múltiples acusaciones y evidencias de fraude electoral, bajo el riesgo de un estallido social, que se pudo evitar gracias a la prudencia de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, el día 7 de ese mes, Gorbachov pronunció en la sede de la Organización de las Naciones Unidas, en Nueva York, un histórico discurso que, para buena parte de los internacionalistas, marcó el final de la Guerra Fría, entre soviéticos y norteamericanos.
Su contenido es amplio y profundo, meritorio de análisis exhaustivos, por lo cual recuperaré, en este pequeño artículo, solamente algunos de los puntos clave que, desde mi perspectiva, nos dan luz sobre el pensamiento transformador de Gorbachov, que hoy deberíamos repensar para las naciones y sus relaciones internacionales, cuando vemos que están resurgiendo enfrentamientos que creíamos superados.
Gorbachov apuntaba hacia un nuevo orden mundial, sin cabida para la improvisación, que consideraba lleva a caminos sin salida. La comunidad mundial debería aprender, más allá de cooperar, a co-construir para preservar la civilización y hacerla más segura y placentera en la vida diaria. Ese nuevo mundo supone, afirmó, la desideologización de las relaciones entre países, sin renunciar a sus convicciones, filosofía ni tradiciones. Todo lo contrario, a demostrar y compartir las ventajas de sus sistemas, modo de vida y valores, pero no a través de la propaganda, digámosle doctrinaria, sino de las obras y los resultados.
Mijail Gorbachov anunció ahí los avances de lo que denominó “un resurgimiento verdaderamente revolucionario”, que buscaba reorganizar las relaciones de producción, sin apartarse del principio de la propiedad socialista. También expuso el propósito de la reforma política, basada en principios democráticos y en el cumplimiento de la ley.
Y ya sabemos lo que pasó. Dos años después de este discurso la URSS se desmoronó y las Repúblicas que estaban sometidas al Soviet Supremo optaron por recobrar su independencia e instaurar sus propios sistemas políticos. Unos dirán que fue producto de la ideología capitalista que Gorbachov permitió se infiltrara, pero los realmente conocedores del materialismo histórico, sabrán que fue producto del cambio en las relaciones sociales de producción, es decir, al cambiar el sistema económico, cambió el sistema político.
Descanse en paz Gorbachov, para unos un demócrata visionario y para otros un traidor al socialismo.
Y para iniciados
Nada nuevo podemos esperar para el cuarto informe de gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Una reunión en Palacio Nacional de autocomplacencia y muy ligera o nula autocrítica, así como los ataques cotidianos del presidente a sus adversarios. Una corte de fieles seguidores a ciegas, miembros del gabinete legal y ampliado, que aplaudirán todo cuanto exprese el señor. Un besamanos de estilo autoritario, cerrado y calculado no para informar, sino para seguir haciendo propaganda ideológica. Lo serio, lo importante, será analizar el costo beneficio, los resultados reales, de las políticas y obras emprendidas en su gestión. Para ello, leeremos con detenimiento el informe que entregue al Congreso. Fallaste presidente. Mentiste, Andrés Manuel. Cada vez somos más los mexicanos que nos estamos dando cuenta de esa cruda verdad. Al menos, no habrá mañanera y, como el mismo lo dijo ayer, esa es la buena noticia.
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