“Fuenteovejuna”, obra teatral del Siglo de Oro Español escrita entre 1612 y 1614 por el dramaturgo Lope de Lope, ha conseguido la categoría de símbolo, el del prototipo iconográfico-teatral de “la unión del pueblo contra la opresión y el atropello”. De ahí se desprende la antigua expresión: “¿Quién mató al comendador? ¡Fuenteovejuna, señor!”, en alusión, por ejemplo, a las acciones colectivas conocidas como linchamientos, hacer justicia por propia mano.
Este lunes escuché una declaración interesante, en voz de Rafael Rueda Moncalián, presidente de la Red Nacional de Consejos Ciudadanos de México, en el sentido de que “la inadecuada procuración e impartición de justicia motiva a la gente a buscarla y hacerla por su propia mano”. Agregó que un claro ejemplo es lo acaecido recientemente en nuestra entidad, cuando grupos enardecidos de personas intentaron linchar a presuntos delincuentes, “porque del total de los casos que se denuncian solo el cuatro por ciento alcanza una condena”.
Señaló Rafael Rueda Moncalián:
«La gente se harta de esto; aquí, lamentablemente, el riesgo es que paguen justos por pecadores, como lo que ocurrió en Puebla, con un joven que no tenía nada que ver con un presunto delito y lo mataron. Entiendo el hartazgo, pero se tiene que exigir a las autoridades que la justicia sea pronta y expedita y que los ciudadanos no tomen justicia por su propia mano».
Aquí es importante ir al marco teórico. La delincuencia organizada es, ante todo, un negocio con implicaciones políticas; es una estructura de poder con cuatro formas básicas: el Estado, parte del Estado, las empresas trasnacionales y la guerrilla. ¿Espeluznante y repugnante? Claro que sí, pero no me explico de otra forma la preservación del campo fértil donde pueden anidar los criminales sin ser molestados. Lo peor es que el escenario existe a nivel nacional.
¿De dónde más puede venir la delincuencia organizada? Chequen ustedes lo siguiente: No puede haber contrabando de armas en gran escala, sino a la sombra de la Dirección General de Aduanas; no puede haber narcotráfico, sino a la sombra de la policía y el ejército; no puede haber giros negros, sino a la sombra de las autoridades municipales; no podrían proliferar los delitos de alto impacto (secuestro y extorsión), así como los atracos a mano armada, sino a la sombra de agentes policiacos locales. Esto lo podemos ver, no solo en México, sino en todo el mundo. Y a río revuelto, no pueden existir policías comunitarias en diversas regiones mexicanas, sino a la sombra de alguien que les suministre armas. Tampoco habría linchamientos, sino al amparo de la impunidad y la percepción del “no pasa nada, no vale la pena denunciar”.
El espíritu de Fuente Ovejuna, o hacer justicia por su propia mano, no es nada nuevo, pues evidencia los cruciales momentos de crisis por los cuales atraviesan el aparato judicial y policiaco del Estado, al mismo tiempo de mostrar el alto grado de inconformidad de la sociedad ante la impunidad, el abuso y la prepotencia policíaca, pero sobre todas las cosas exhibe la enorme red de complicidades existente entre bandas delictivas y agentes gubernamentales.
La historia morelense está llena de estas ejecuciones colectivas; actos violentos en los cuales fragmentos de la sociedad decidieron poner un coto a los abusos de autoridad, la negligencia de jueces, policías y funcionarios públicos. Al igual que las patrullas comunitarias o grupos de autodefensa, los linchamientos tienen un carácter político en la medida en que se cuestiona el orden político y social existente. La acción social-colectiva pretende reestablecer el orden, aunque sea por medios violentos.
Los linchamientos son estallidos espontáneos, generalmente de origen popular (aunque no exclusivamente), que suelen generar inmediata o mediatamente lazos de solidaridad entre distintos estratos sociales. Lo anterior, según las tesis del gran psicólogo Gustav Le Bon, se vincula estrechamente a la actitud que asumen las masas en momentos determinados: por el simple hecho del número, sus miembros adquieren un sentimiento de potencia invencible, aunque cediendo a instintos que, por si solos, habrían frenado forzosamente. La mayoría, por ser anónima e irracional, soslaya el sentimiento de responsabilidad que retiene siempre a los individuos.