Para el análisis del comportamiento electoral se han elaborado diferentes conceptos, con base en las motivaciones que llevan a los electores a decidir sus votos por determinados partidos o candidatos, con el fin de explicar cuáles fueron, en cada elección, las variables que más influyeron en la decisión de voto.
Los estudios estadísticos, fuente sustantiva de la rama de la ciencia política que estudia los procesos electorales, han mostrado que no es un solo factor el que define los resultados de una elección, ni en lo general ni en lo particular, sino un conjunto de factores, en los que algunos llegan a tener más peso que otros, aunque todos cuenten en alguna medida. Entonces, decimos que son procesos multifactoriales.
En otras palabras, no son los partidos, ni los candidatos, las campañas, la ideología, la gestión de gobierno o cualquier otro factor el que por sí mismo determine el resultado de una elección, sino todos los factores en su conjunto. La estadística provee de herramientas para llevar a cabo cálculos factoriales, que nos dan indicadores sobre cuáles fueron los factores con mayor influencia y en qué medida.
Solamente así es posible aportar evidencia empírica, es decir, pruebas que sustenten las afirmaciones sobre qué es lo que hizo ganar o perder a uno u otro candidato, a uno u otro partido. Cualquier otro tipo de explicación, por bien argumentada que parezca, no es más que una especulación sin sustento científico. Y hasta puede llegar al grado de rayar en la sobre simplificación, también conocida como reduccionismo. Explicaciones claras, prontas, contundentes, convincentes, pero, sobre todo, equivocadas.
Le voy a poner un ejemplo. En la elección presidencial de 2012 hubo quienes sostuvieron que Enrique Peña Nieto ganó porque era un candidato guapo y los otros no. Y no faltaron quienes dieron por buena esta versión sin mayores cuestionamientos. En suma, cuando usted escuche o lea a un analista político asegurar que el triunfo electoral de un partido o candidato se debió a tal o cual razón, tenga cuidado. Lo más probable es que ese analista, por afamado que sea, esté equivocado. Ese único argumento resulta ser insuficiente y fácilmente cuestionable, si se cuenta con un análisis estadístico adecuado.
Quienes no saben hacer e interpretar cálculo factorial, para decirlo coloquialmente, optan por el rollo, también llamado choro mareador. De ahí que buena parte de los asesores de campaña, mercadólogos electorales y hasta los propios candidatos que pierden una contienda terminan echando culpas a terceros, al sistema, a los complots y las traiciones, cuando en realidad desconocen que fue su propia falta de información y análisis los que condujeron al proyecto a una derrota segura. Y que cuando ganan, sin saber de verdad cómo fue que pasó, se crecen dándoselas de expertos gurús en la materia electoral, hasta que, en una siguiente campaña, la suerte los abandona y sus verdades absolutas revientan como palomitas de maíz.
Sin embargo, dado el diseño del sistema electoral mexicano, hay dos etapas bien diferenciadas. Una, la de la selección de candidatas y candidatos. Y otra, las contiendas constitucionales. De ellas y sus particularidades hablaré más adelante.
Y para iniciados
Poncio Pilatos se quedó como un mero aprendiz en el demagógico arte de lavarse las manos. Del primero hasta el último de los morenistas en el poder han mostrado su habilidad para echar culpas, desviar la atención y evadir sus responsabilidades. Siguiendo la escalera del mando político en Morelos, vea usted a López Obrador poniendo el ejemplo con todo tema que le incomoda, ya sea de corrupción, opacidad, congruencia o lo que usted quiera. Lo sigue de cerca Cuauhtémoc Blanco, echando la bolita y hasta enviando a tocar puertas a los pocos reporteros que se atreven a preguntarle. Y Ortiz Guarneros, de plano se la avienta a la Guardia Nacional, diciendo que a él no le corresponde. ¿Cómo ve usted? ¿Quién se lleva el premio, Poncio Pilatos o los gobernantes que tenemos?
La información es PODER!!!