por Marcos Pineda
El sindicato más grande de Latinoamérica, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) ha jugado un papel político y electoral de mucha mayor relevancia que su contribución a la lucha por la defensa de los derechos de sus agremiados. Su fundación, en diciembre de 1943, significó la institucionalización del movimiento magisterial acorde al proyecto corporativista del gobierno revolucionario. Formó parte de ese México de instituciones que sustituiría al de los caudillos.
La formación del SNTE tiene múltiples antecedentes históricos. Durante la dictadura de Porfirio Díaz y hasta su constitución como gremio los movimientos magisteriales fueron reprimidos duramente. Las huelgas de 1919 y las de 1927 y 1928 dieron origen a la Confederación Mexicana de Maestros. Diversos grupos y organizaciones, algunas de ellas, en algún tiempo, bajo la dirección del Partido Comunista, fueron enfrentados y asimilados por el sistema hasta hacerlos organizaciones adherentes a la Central de Trabajadores de México, la CTM.
La ofensiva anticomunista, junto con el enfrentamiento ideológico entre quienes apoyaban la educación eclesiástica, los que apostaban por la educación laica y los intereses políticos de un régimen que estaba en la ruta de controlar institucionalmente a todas las corporaciones dieron como resultado el respaldo de la CTM para apoyar la creación del SNTE, tras largos años en que maestros y estudiantes vivieron épocas que, sin exagerar, podemos llamar de terror.
Casi de inmediato a su fundación surgió al interior del SNTE el signo que lo distinguiría en los sucesivo: la coexistencia de dos posiciones, organizada en distintos grupos y con sus propios matices, pero fundamentalmente dos, los institucionales y los disidentes, o sea, los que apoyaban al régimen y los que se oponían a él. La mayor organización disidente del SNTE surgió en 1979 y es conocida como la CNTE (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación), que logró consolidarse en algunos estados de la República y particularmente en el entonces Distrito Federal.
Aunque el SNTE desde que se formó ha tenido 14 dirigentes nacionales, son muy pocos los nombres de ellos que se han popularizado. Incluso, fuera del gremio magisterial es poco común que alguien recuerde a su secretario general fundador, Luis Chávez Orozco. En tanto Carlos Jonguitud Barrios, líder de 1974 a 1989 y Elba Esther Gordillo, máxima dirigente de 1989 al 2013, son los emblemáticos, de mayor peso político y más larga duración de su dominio sobre las huestes sindicales.
La hoy frustrada presidenta vitalicia, Gordillo Morales, llevó a cabo una reforma que, como sucede con todo aspirante a dictador, prometía no reelección, democracia, inclusión, respeto a las libertades y derechos políticos, transparencia y rendición de cuentas en el uso de los recursos (Ay, cómo me recuerda eso a cierto presidente cuatritransformador). Y el resultado final de su gestión y sus reformas ha sido no un sindicato plural y democrático, sino uno desarticulado, enfrentado, pluridividido, que sigue siendo más una pieza en el ajedrez político y electoral que un organismo de defensa de los derechos y conquistas de los trabajadores.
Así pues, puesto que es un organismo que conozco por dentro, ya que incluso formé parte de la dirigencia de una de sus secciones más grandes, en la siguiente entrega sobre el SNTE trataré el tema del proceso de renovación de sus dirigencias.
Y para iniciados
Ni la burla perdonan los salientes diputados de la LIV Legislatura de Morelos. Luego de casi tres años de empantanamiento del trabajo legislativo, interminables disputas por el control de los recursos y los órganos administrativos, toma de decisiones en forma ilegal, bajo la inconstitucional mayoría de 13 votos, que podría ser motivo suficiente para que la siguiente legislatura los sometiera a juicio político y los inhabilitaran para ocupar cargos públicos, ahora se despiden reconociendo que dejaron pendientes. Lo que está pendiente es el juicio de la historia sobre su ilegal forma de proceder.
Excelente día.
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