Los mexicanos, pero particularmente los morelenses, llevamos casi 25 años escuchando que la inseguridad pública tiene su origen en la descomposición del tejido social, cuyas dos células fundamentales son la familia y la escuela. Hay otras instituciones que influyen en el fortalecimiento o debilitamiento del tejido social (como la religión), pero hoy no me referiré a ellas.
Y desde mi particular punto de vista existen tres culturas cuya contribución es determinante para la misma erosión: las culturas de las armas, de la violencia y del narco. Hasta los niños han sido, son y seguirán siendo víctimas de los tres escenarios, tal como lo constatamos la semana pasada en la escuela secundaria “10 de Abril” de Emiliano Zapata, Morelos, donde un alumno amenazó de muerte a un compañero de salón, colocándole un machete en el cuello. Los lamentables hechos ocurrieron el viernes de la semana pasada.
Al respecto, el Instituto de la Educación Básica de Morelos (IEBEM), cuyo director es Eliasin Salgado de la Paz, emitió un comunicado “condenando lo sucedido” y añadió que junto con la Comisión Estatal de Seguridad Pública (CES) “se investigarán estos reprobables actos de violencia”. ¡Por supuesto señor Salgado de la Paz! Debe realizarse una investigación a fondo, pero también incluyendo a la Fiscalía General de Morelos pues, aunque se trata de un adolescente, lo que vimos en un vídeo difundido a través de las redes sociales es un delito llamado tentativa de homicidio. El agresor debe ser conducido hacia las instancias correspondientes, teniendo como coadyuvantes a sus padres. Y al caso se le debe dar seguimiento, porque estamos ante un posible sujeto que, a futuro, presente el síndrome de conducta antisocial o psicopatía. Podría tratarse de un delincuente en potencia. Hay que salvarlo.
Es obvio que el estudiante padece la influencia de quienes han convertido determinadas regiones mexicanas en “mercados” para el trasiego de drogas y demás hechos ilícitos del crimen organizado. Algo ha visto, escuchado y asimilado el muchacho, al grado de tomar un machete, con gran decisión, y colocarlo en el cuello de su condiscípulo. ¡No puede ser!
Pero a estos niveles de violencia hemos llegado los mexicanos debido a la destrucción del tejido social. Determinados gobernantes arguyen que la descomposición es un tema “multifactorial”, desde luego ante su incompetencia para resolverlo. Sin embargo, todo apunta a que nuestros presuntos líderes han sido rebasados por las bandas criminales demostrando la existencia de un estado fallido.
Efectivamente: instituciones como la familia y la escuela, están en crisis y han contribuido a la degradación gradual de todo el conjunto de nuestra sociedad. No obstante, tal situación crítica no parte de una inclinación natural al desastre, sino de determinados factores que han erosionado sus bases, que el cine nacional proyectó con gran orgullo durante su época dorada.
Algunos sociólogos ubican a la situación económica como primer factor de corrosión.
Dicho escenario apareció después de varios sexenios de “desarrollo estabilizador” (tan socorrido por AMLO) y el comienzo del liberalismo económico propugnado por una pléyade de gerentes públicos incrustados en los más altos niveles del gobierno federal (también aludido a diario por el presidente).
El resultado: desempleo, aumento del ocio, apatía, incertidumbre, miedo, depresión, múltiples expresiones de actos ilegales para la obtención de dinero y violencia intrafamiliar. Sumemos la revolución tecnológica, que impactó las bases de familias surgidas a finales de los años sesenta, principales destinatarias de la “era digital” con la cual se conectaron enormes extensiones del globo terráqueo.
La principal característica de tal desfase fue una brecha de comprensión entre las generaciones implicadas, propiciando un fenómeno social cuya resultante ha sido el individualismo. Un ejemplo de lo anterior son los teléfonos celulares y demás dispositivos móviles.
Otras circunstancias tienen estrecha relación con la imposibilidad de adquirir viviendas dignas, más allá de las que ofensivamente promueven los grandes desarrolladores inmobiliarios; tratándose de cuartitos donde los niños permanecen enclaustrados o son obligados a salir a la calle, donde lo que menos existen son espacios diseñados para la recreación. Las familias duermen apiladas, codo con codo, en sitios donde llegan a vivir otras con orígenes sociales diversos y hasta contrapuestos.
El tejido social se integra con todas las unidades básicas de interacción y socialización de los distintos grupos y agregados que componen una sociedad; es decir, por las familias, las comunidades, los símbolos de identidad, las escuelas, las iglesias y en general las diversas asociaciones. Ya señalamos que la familia y la escuela están en crisis. Pero, ¿cómo se encuentra el resto? También en descomposición.