Los mexicanos ya comienzan a tomar partido y a expresar, en público o en privado, sus preferencias respecto a las corcholatas presidenciales. Si bien, entre aquel 30 por ciento de ciudadanos a quienes interesa la política, hay un pequeño porcentaje que considera las encuestas como método definitorio, la inmensa mayoría sigue pensando que la decisión en realidad está en manos del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador.
Por eso, aunque se encuentre muy rezagado y con casi nulas probabilidades de remontar, los seguidores de Adán Augusto López Hernández esperan que el dedito presidencial, al final de cuentas, se incline por el exsecretario de Gobernación, pues de ser cierto que los resultados de las encuestas serán los que definan, ya podrían darlo por perdido.
Ni los morenistas, sean de base o de la cúpula, pueden sostener que el presidente no tiene metidas las manos en el proceso sucesorio. Tan las tiene y quiere tener el control que el mismísimo presidente del Consejo Nacional de Morena, Alfonso Durazo Montaño, utilizó aquel domingo, como argumento principal, demoledor y aplastante que las propuestas del presidente de la República debían ser tomadas en cuenta. Y así apagó los reclamos.
Y, en efecto, todo el proceso ha sido delineado y ejecutado conforme a las instrucciones dictadas por López Obrador. Sin embargo, al día siguiente de la cena de los presidenciables con el presidente, en el centro de la Ciudad de México, a unos pasos de Palacio Nacional, Marcelo Ebrard dio el primer golpe. Fue el primero en anunciar su renuncia al gabinete obradorista. Con ello, generó lo que denomino: el efecto Marcelo.
Consciente de que las encuestas no lo tenían en el primer lugar de preferencias como posible candidato debía dar un primer golpe mediático que volteara los reflectores hacia su persona. Y lo logró. Durante las dos semanas previas al arranque oficial de la campaña interna fue quien obtuvo mayor atención de los medios de comunicación y las redes sociales.
El efecto Marcelo se notó de inmediato en la cascada de renuncias y solicitud de licencias, no sólo entre las corcholatas presidenciales, sino hasta en varios estados de la República donde habrán de elegirse gobernadores también en el 2024. Podríamos pensar que el efecto Marcelo, el madruguete o corcholatazo, como usted prefiera decir, será la tónica de la campaña. Y puede ser que sí, pero con efectos limitados.
Las restricciones legales y las prohibiciones de la propia convocatoria -nada de ataques o críticas, nada de debates, nada de llamado al voto o de hablar de la candidatura presidencial- harán de esta contienda una muy descafeinada. La guerra sucia y las patadas bajo la mesa no habrán de desaparecer. Todo lo contrario, espere usted muy pronto las filtraciones, videos y fotografías que inundarán las redes sociales. Eso llamará más la atención que las propuestas y compromisos que día con día las corcholatas tratarán de posicionar en el ánimo de los electores.
Las campañas, entonces, si tomamos en consideración que la decisión final la tomará Andrés Manuel, más que estar enfocadas a convencer a los votantes serán para agradar al presidente, como lo intentó Marcelo Ebrard al proponer la creación de una secretaría que encabezara uno de los hijos de López Obrador. Fue diplomáticamente rechazado por “Andy” casi de inmediato, pero tuvo el suficiente impacto para llamar la atención de nuevo hacia su persona, en el primer día de campaña. Vamos a ver, hoy mismo, si el efecto Marcelo continúa vigente.
Y para iniciados
Nos cuentan desde Palacio que a Cuauhtémoc Blanco Bravo se le están acabando las opciones y el panorama pinta cada vez peor. Las fichas con las que quiere jugar en la entidad nada más no cuajan y los procesos legales en su contra están avanzando. El sueño guajiro de ser candidato presidencial se esfumó y ser considerado para la jefatura de gobierno de la Ciudad de México va por el mismo rumbo. Ahora sí los tiempos están marcados. Una semana después de darse a conocer quién será el candidato a la presidencia, tendría que presentar su licencia al cargo, si no es que antes ya se le haya llamado a rendir cuentas mediante el juicio político instaurado en el Congreso.
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