Muchas cuartillas se escribieron respecto a la comparecencia del titular de la Comisión Estatal de Seguridad (CES), José Antonio Ortiz Guarneros, ante el Congreso local el viernes de la semana pasada, pero lo que más llamó la atención no fue la explicación (bastante escasa debido a la secrecía de las indagatorias) sobre el reciente linchamiento de dos sujetos en Huitzilac, ni tampoco la información vertida por el almirante en torno a la seguridad pública y el hecho de que en la entidad aún existen 10 grupos criminales.
No. Lo más destacado fue el enfrentamiento entre dicho funcionario y el diputado local del Partido Nueva Alianza, Agustín Alonso Mendoza, quien mediante diferentes medios y argumentos ha querido salvar las apariencias frente a la balconeada, bastante directa, que Ortiz Guarneros le puso al ex alcalde de Yautepec debido a sus presuntos nexos con la delincuencia organizada.
La Legislatura LV inició su actual periodo ordinario de sesiones el día primero de septiembre pasado, y de inmediato comenzó a citar funcionarios, entre ellos, además, a la Secretaria de Hacienda del Estado, Mónica Boggio Tomasaz Merino, para exponer detalles relacionados con el Paquete Económico 2021. La funcionaria ha acudido cuantas veces la han mandado traer, obviamente con la venia del gobernador Cuauhtémoc Blanco Bravo, a fin de evitar roces con los incipientes legisladores.
Sin embargo, tal como lo he constatado durante décadas, la comparecencia de Ortiz Guarneros sirvió para maldita la cosa. Antes de continuar déjeme darle algunos datos sobre la base jurídica de ese mecanismo presuntamente diseñado para la rendición de cuentas del Poder Ejecutivo ante el Legislativo.
En nuestro país el artículo 93 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos obliga a los secretarios del Despacho, una vez abierto el periodo de sesiones ordinarias del Congreso, a dar cuenta del estado que guarden sus respectivos ramos. En Morelos tales ejercicios están previstos por los artículos 33 y 77 de la Constitución Política del Estado. En el primer precepto la presencia de funcionarios estatales debe cumplirse dentro de la glosa del informe anual del gobernador, siempre bajo protesta de decir verdad. Y en el segundo se faculta al Congreso para solicitar la comparecencia de los secretarios de Despacho cuando lo crea necesario.
Sin embargo, este mecanismo de retroalimentación entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo ha sido cuestionado y señalado por lo menos de ineficaz. No resiste el mínimo análisis objetivo.
He escrito infinidad de columnas indicando la falta de una reforma para que las comparecencias cumplan con la función de fiscalización y de corresponsabilidad entre los dos poderes, abandonando el montaje escénico donde los diputados hacen como que cuestionan y los funcionarios estatales “demuestran” que saben más. O el escenario se transforma en un escaparate para sacar raja electoral. Siempre surgen diputados cuyo objetivo, a todas luces belicoso (verbigracia el de Agustín Alonso), es hacer caer a los comparecientes en el ridículo y exhibirlos antes los medios de comunicación.
Además, las comparecencias no poseen carácter vinculatorio, mucho menos si son exigidas por el Congreso bajo presiones al Ejecutivo en turno. Hemos visto la misma película decenas de veces.
Insisto: la Legislatura LV apenas empieza y algunos de sus miembros se están exhibiendo en su verdadera esencia protagónica, sin calidad en la propuesta parlamentaria. Nunca han faltado los legisladores broncudos, que siempre son ubicados por propios y extraños como chivos locos en cristalería y en el área del “Bronx”.
Ahí van a dar los traidores, los tránsfugas, los “fajadores” (utilizando un término boxístico), los carentes de seriedad, los coléricos, los revanchistas, los bocones y, sobre todo, quienes carecen de calidad legislativa. Es decir: no presentan casi nunca ideas para mejorar el desarrollo integral de nuestro estado. Pero eso sí: la Arcadia financiera en que siempre está convertido el Congreso no escatima el desperdicio de recursos humanos, materiales y económicos en las mentadas comparecencias que, repito, sirven para maldita la cosa.