Históricamente, la relación entre pueblos y naciones ha implicado negociaciones, presiones, juegos de poder, donde de manera natural, las más poderosas pretenden imponerse, aunque no siempre con éxito, generando tensiones, sobre todo cuando se cae en la tentación de la acusación fácil, de la denostación a bocajarro, que pueden llegar al conflicto, a la guerra, no solo militar, sino que igualmente puede ser mediática o comercial.
En este momento, Estados Unidos presiona con la imposición de aranceles a dos de sus principales socios comerciales y vecinos del norte y sur, con quienes además sostiene un tratado de libre comercio, el T-MEC, lo cual hace el tema aún más difícil de comprender. El trasfondo es en esencia entendible, pues conlleva una visión de bienestar y mejora económica –con una protección que deja de servir cuando se convierte en proteccionismo– para el pueblo estadounidense, así como una preocupación legítima por la seguridad nacional y el impacto que ha tenido sobre su población el avance letal del fentanilo; sin embargo, son las formas, el estilo personal de gobernar, lo que ha impuesto un atisbo de reality show a todo el tema en su conjunto y que, en el balance hasta ahora, ha permitido a la Presidenta de México mostrar una templanza y liderazgo que están marcando una evolución favorable para ambas naciones a pesar de la algidez de las diferencias.
El grave problema de salud derivado del consumo de estupefacientes, no es exclusivo del productor, sino que comparte responsabilidad con quien no ha podido mermar la demanda creciente y excesiva, con quien no ha sabido frenar el tráfico ilegal de armamento de alto poder que grupos delincuenciales utilizan para expandir su red que atenta no solo contra la salud pública, sino contra la gobernabilidad, la estabilidad y paz social, con una magnitud de violencia efectivamente terrorista en ambos lados de la frontera, dejando claro que se trata de un tema altamente delicado y eminentemente de responsabilidad compartida; y en ello, claro que México tiene que ser más efectivo, alcanzar mejores resultados, anteponer el bienestar de las y los mexicanos, aun ante el espíritu solidario y humanista hacia el lastimoso fenómeno migratorio que desordenada y abrumadoramente ha invadido a nuestro país.
La doctora Sheinbaum ha dejado en claro que existe total disposición al diálogo, pero en ello la soberanía no es negociable; y no se trata de la visión romántica de que, como nación podemos solos con todo, como si fuéramos independientes del mundo globalizado, no, se trata de observar el respeto mínimo estipulado claramente en las constituciones, así como en los tratados y acuerdos internacionales suscritos por ambas naciones. Ponerse de acuerdo implica beneficio mutuo, una prosperidad compartida; muestra de ello la decisión de poner en pausa la imposición de aranceles y el compromiso de trabajar para evitar el tráfico de armas de alto poder a México, por un lado, y el ofrecimiento de reforzar la frontera norte con diez mil elementos de la Guardia Nacional de forma inmediata, para evitar el tráfico de drogas, en particular fentanilo, por parte de nuestro país; ello, bajo un esfuerzo conjunto que fortalezca binacionalmente la seguridad y el comercio; calmando así el nerviosismo de los mercados financieros y cambiarios, que esperemos retomen estabilidad.
México tiene la oportunidad de remontar positivamente el estruendo de este affaire de los aranceles y concentrarse en lo importante, no en lo urgente, entender que la política comercial está íntimamente ligada a la estrategia de seguridad nacional; que los efectos macroeconómicos de una mala decisión o acuerdo diplomático impacta inmediatamente en temas neurálgicos para nuestra economía y desarrollo como la volatilidad del tipo cambiario, la atracción de inversión extranjera directa y, en el caso específico de las imposiciones arancelarias, su impacto es sectorial, diferenciado, dependiendo de su nivel de integración a la producción manufacturera en Estados Unidos, reconociendo que, en el corto plazo, no es factible para la industria estadounidense sustituir las cadenas de suministro, lo que llevaría a ambos países a absorber una parte de los incrementos en el precio; luego entonces, a nuestro vecino del norte tampoco le convienen los aranceles.