• Suprimir un capítulo de historia que asfixia.
El mensaje es potente, presenciar cómo es derribada de su pedestal, la estatua de cemento, concreto, plomo, aleación o bronce, de un personaje famoso, -dejando de lado lo ilustre, notable o prestigioso-, por efecto de un masivo y desbordado reclamo social, aderezado con su furioso hartazgo, solo significa que, al referido, lo quieren eliminar y suprimir de la memoria y la historia.
Está sucediendo en Venezuela, donde miles de venezolanos derriban las estatuas del ex presidente Hugo Chávez, arrastran su cabeza por las calles, y esto, en oposición a que Nicolás Maduro se perpetúe en el poder, tras unas elecciones turbias y cuestionadas.
Nicolás Maduro lleva once años en el poder, y él mismo se ha declarado triunfador en su reelección y ante el rechazo social, ha ordenado disolver por la fuerza toda manifestación contraria a su celebración.
Venezuela es un país marcado por una profunda crisis económica, tensiones políticas y sanciones internacionales. La población sigue dudando del resultado en las casillas, alegan fraude, afirman que no se respetó el sufragio, repudian las condiciones de desigualdad y denuncian constantes actos de represión a los opositores; por eso y más, a la administración de Maduro, la califican como Dictadura.
Derribar estatuas no es una práctica actual, en la historia de la humanidad, ha sucedido donde hay hartazgo colectivo por un persistente abuso de Poder ejercido por quien está replicado con ese material sólido y colocado en pedestal.
Los ataques y vandalismos a las estatuas surgen con motivo de revoluciones, revueltas sociales contra las élites, protestas, cambios de régimen o de plano conquistas. La destrucción de sus representaciones es lo primordial para borrar capítulos de la historia.
En la conquista de México, los españoles desmantelaron y destruyeron todo vestigio de representaciones ancestrales en piedra y conocimiento; por ello hoy tenemos confusos fragmentos de nuestra Cultura.
En Roma, la dinastía Flavia extirpó cualquier rastro monumental de Nerón y destrozó los 30 metros de alto que tenía el coloso que representaba al emperador frente al Coliseo y de paso, al rebufo de una ciudadanía conflagrada, echaron abajo el opulento palacio llamado Domus Aurea.
A partir del 25 de diciembre de 1991, con la extinción de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas URSS, se aprestó la erradicación de estatuas; tras la eliminación del régimen comunista, se destruyó la imagen de Lenin.
Lo mismo ha sucedido un día 12 de octubre, día en que se conmemora la llegada a América del navegante Cristóbal Colón y en varios lugares se ha decapitado su estatua al considerarse que esa conmemoración es revivir la colonización europea hacia los pueblos indígenas.
Y hablando de Europa, en el puerto de Bristol, Inglaterra, un monumento de Edward Colston, un comerciante de esclavos del siglo XVII, fue derribado por manifestantes y lanzado al agua y así, decenas de estatuas de figuras históricas asociadas con el colonialismo y la esclavitud, han sido derribadas, decapitadas, quemadas o bajadas de sus pedestales en el Reino Unido, Bélgica, Nueva Zelanda y Estados Unidos.
Para los especialistas, en el campo de la Arqueología, las estatuas o monumentos reflejan, -en el momento en que se construyen-, el orden natural de la sociedad; y su destrucción, la definen como mensajes políticos y no exclusivamente como actos históricos, pues según ellos mencionan: las estatuas realmente no tienen que ver con la historia, sino con el poder, y serán las generaciones sucesivas, quienes decidan si ese discurso de demolición sigue siendo válido o si hay que hacer una reinterpretación de acuerdo con la evolución de las ideas y de las costumbres.
Arrasar con las estatuas, es un claro y contundente aquí y ahora de la sociedad donde sucede, una muestra concreta de que está harta de un régimen, así como de la interpretación y representación histórica impuesta, de esas imágenes que ha derribado.
Se puede entender en un mundo globalizado, que estas acciones de destrozar estatuas -actos que ahora circulan ampliamente en las redes sociales- son un potente mensaje de reclamo que significa eliminar y suprimir de la memoria y la historia, aquello que ya asfixia a esa comunidad sometida y exige dar el paso a un orden social distinto.