Que tristeza ver al Palacio Nacional entre corrales de acero de más tres metros de altura colocados por las autoridades federales para defenderse de posibles ataques de las hordas de mexicanos dolidos, engañados y olvidados por la Cuarta Transformación.
El gobierno de la Cuarta T protege la edificación del Poder Ejecutivo para permitir una tranquila mudanza de AMLO a la finca de Palenque y un tranquilo arribo al palaciego hospedaje que por seis años disfrutará con la gratuidad del pueblo de México la presienta electa Claudia Sheinbaum.
Pará evitar actos de provocación al cierre de su gobierno el presidente Andrés Manuel López Obrador, protege al Palacio Presidencial, pues este edificio histórico se ha convertido en el blanco de ataque de grupos antagónicos relacionados con trabajadores del Poder Judicial, Normalistas de Ayotzinapa, el CNTE por mencionar algunos, estudiantes reclamando atención y quizá también los miles de seguidores del Tri que le entonan una armoniosa despedida muy al estilo de Alex Lora.
Ubicado en el Corazón de la CDMX, el Palacio Presidencial ha sido escenario de reprobables protestas en los últimos años, lo que un descarrilado vandalismo ha dañado al inmueble, que, junto con el Castillo de Chapultepec, El Ángel de la Independencia, el Monumento a la Revolución es uno de los símbolos históricos más relevantes de México.
Las manifestaciones no son gratuitas, tienen su razón de ser. Promesas no cumplidas, hechos que en aras de dar satisfacciones al sector del pueblo que en mayoría representan el voto que haga resaltar a la 4T, más no que hayan sido satisfactoriamente atendidas. Ahí está la gente de Ayotzinapa, los auténticos trabajadores del Poder Judicial y los educadores de la CNTE, los que como diría Rius “sin deberla ni temerla” fueron llevados al baile gratis al votar por AMLO en la pasada elección presidencial.
Andrés Manuel se mofa, se burla de las extravagancias del pueblo que en su contra se atreven a manifestar, “la pude fildear, la pude atrapar” se refirió al artero botellazo de agua que le aventaron en Veracruz, lo que es cierto, la mella a su ego hizo marca perene y lo que falta por condenar en el juicio de la historia.
Los aplaudidores como Durazo que lo consagra como el más grande gobernante que haya tenido México, olvidando al Emérito Oaxaqueño tan venerado por el mismo López Obrador, solo alharacan cuando la conveniencia aflora, ahora veremos con quién comparan a Claudia Sheinbaum.
México necesita una verdadera presidenta, una gobernante que resuelva los problemas de las feministas, de los deudos de las víctimas de Ayotzinapa, de los maestros de la CNTE y de todos los que se han visto afectados más que beneficiados por la 4T.
Hay que atender a los niños con cáncer, a los verdaderos trabajadores del Poder Judicial, a los rasurados de las AFORES, a los damnificados del INFONAVIT, a todos los que de alguna forma han sido defraudados por la Cuarta Transformación y que para ellos ya no representa “la esperanza de México”.
Lamentan los deudos de las víctimas de Ayotzinapa la actitud represora del gobierno federal, al inicio de la administración cuatroteísta, hipócritamente hasta las llaves de la Ciudad de México les dieron y ahora los limitan con rediles acerados y murallas de concreto a seguir expresando su dolor por el hijo desaparecido.
Han sido once trasmisiones de presidencia las que he vivido, once presidentes que han transitado a la historia de México, pocos con gloria, otros con aplauso, pero ninguno con mentada de madre, ni una manifestación convulsiva como la que se padece en la capital y en algunas ciudades del país.
Triste pero anhelada despedida la de Andrés Manuel y preocupante bienvenida a Claudia que el pueblo de México les brinda con el único ideal, de no sacar al buey de la presidencia, sino ¡sacar del abismo a nuestro país!
Es el último viernes de una época de sucumbir en todo, de padecer el engaño tetrateista, y de sufrir la perorata mañanera, dice un viejo dicho: No hay gobierno que dure seis años ni México que lo aguante ¡gracias a Dios ya terminó!