Hoy, Ulises Bravo Molina, dejará de ser, formalmente, el delegado en funciones de presidente de Morena en el estado de Morelos. Deberá hacer la entrega/recepción a Mirsa Berenice Suárez Maldonado, nueva presidenta del Comité Ejecutivo Estatal, electa en toda regla por unanimidad de las y los consejeros estatales de su partido.
¿Podría ser la última ocasión en considerar a Bravo Molina como protagonista de algún análisis político en el estado de Morelos? Quizá. Pero no será lo mismo con otros integrantes del compacto equipo que tuvo temporalmente el poder político. Su medio hermano, Cuauhtémoc Blanco Bravo, por ejemplo, mientras no decida reorientar su adscripción política, digamos, a la Ciudad de México, las carpetas de investigación en su contra sigan abiertas y los presuntos delitos de los que se le acusa no hayan prescrito, continuará siendo objeto del escrutinio público.
De poco valieron todos los intentos de Bravo Molina y sus cercanos para difundir en los corrillos políticos que contaba con el visto bueno y el respaldo de la dirigencia nacional para continuar al frente de Morena. Tampoco la posición del exgobernador, ahora como diputado federal, ni de Víctor Mercado Salgado, en su calidad de senador, pudieron influir ni en la dirigencia nacional, ni en los grupos locales, más que para colocar a la hermana de Sandra Anaya Villegas, Noemi, en la secretaría de organización.
A lo largo del sexenio que ya terminó, Ulises, junto con Cuauhtémoc y Víctor, tuvieron éxito en la concentración de poder y recursos, pero descuidaron y fallaron en la médula del trabajo político: la construcción de liderazgo y buena fama pública. En efecto, tuvieron el poder local, pero no el liderazgo ni la simpatía de la militancia morenista. Eso fue un factor fundamental para la salomónica decisión de impulsar una dirigencia encabezada por una mujer, capaz de resolver las tensiones y las divisiones al interior del instituto político que, a la vez, fuera garantía de acompañamiento político para la gobernadora, Margarita González Saravia.
Contrario a su antecesor en la dirigencia, Suárez Maldonado sí es efectivamente morenista, tiene a su favor la sensibilidad de que provee el trabajo a favor de los grupos vulnerables, atendiendo las carencias de los más necesitados, en especial de las mujeres y los niños, y el desempeño de la función pública, sin que nunca haya sido objeto de señalamientos o acusaciones de ninguna índole.
Por un lado, el tiempo de las mujeres se está convirtiendo en una realidad. Margarita en la gubernatura, Mirsa en el partido y Jazmín Solano presidiendo el Congreso, justo este día que la gobernadora rendirá su primer informe, con motivo de los primeros cincuenta díasde su administración.
Por otro lado, el riesgo de que Morena continuara por la ruta de las confrontaciones, las divisiones y fuera usado como medio para el logro de objetivos puramente personales o de grupos, alejándolo del espíritu fundacional de ser primero movimiento social, antes que partido, puede ser superado, poniendo por delante los intereses de los morelenses. Mirsa Suárez tiene, desde ya, varios retos por enfrentar, que deben comenzar a trabajarse. Pero de eso hablaremos en otra ocasión.
Y para iniciados:
Ya sin el manto protector de la dirigencia nacional, con las observaciones a los manejos de recursos públicos y las carpetas de investigación abiertas, acerca de la comisión de presuntos delitos, el panorama no pinta nada bien ni a Ulises ni para ninguno de sus cercanos, igualmente señalados, de una u otra forma. La etapa política ya concluyó. Veremos la siguiente: la judicial.
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