Las nuevas generaciones no vivieron las crisis ocasionadas por las políticas económicas populistas ni las prácticas autoritarias de los sesenta a principios de los ochenta, del siglo pasado. Esa época, ahora ya parte de la historia reciente, de un México dominado por grupos de políticos capaces de todo, cobijados en un discurso democrático, que en los hechos se desmentía a sí mismo. Un sistema político, basado en la supremacía omnímoda del presidencialismo.
Se decía, entonces, que el presidente de México era casi como Dios por seis años. Aunque ese “casi” hace mucha diferencia. Todo apunta a que la autodenominada cuarta transformación de López Obrador no solamente desea y trabaja en reconstruir el modelo que impidió durante varios sexenios la transición a la democracia y forjó un grupo de políticos privilegiados que favorecieron a sus familiares y amigos, para enriquecerse, mientras al pueblo le vendían la idea de que trabajaban para su beneficio y en defensa de los intereses del país, de los campesinos, los obreros y en general de los más pobres.
En nuestros días ya contamos como anécdotas en las clases de historia, entre otros ejemplos que simbolizan la podredumbre del sistema: La mano tendida de Díaz Ordaz a los universitarios, para luego reprimirlos brutalmente. La vocación humanista, incluyente y progresista del megalómano Luis Echeverría, que en la realidad fue uno de los períodos más negros de persecución política, de guerra sucia. La defensa del peso como un perro, de López Portillo, que terminó en su teatral llanto cuando acusó en el Congreso a la iniciativa privada de haber saqueado a la Nación y tomó la radical decisión de nacionalizar la banca.
Si usted revisa las evidencias documentales posteriores a los respectivos gobiernos de estos personajes pronto se dará cuenta de que tienen algo muy en común: todos tuvieron a quien echar la culpa del fracaso de sus proyectos para México. Hoy parece que Andrés Manuel tiene en ellos, en todos, a su modelo a seguir, pero quiere superarlos. Y también prepara ya el terreno para endilgar la culpa de sus fracasos a otros, que serán las instituciones autónomas que sobrevivan a la centralización del poder y la iniciativa privada, a la que acusará de haber conspirado en contra suya.
En medio de la politiquería de AMLO, de su discurso maniqueo de buenos contra malos, pero también de la mediocre oposición que hoy da palos de ciego y navega sin rumbo, los números no cuadran al presidente.
No hay forma de que se cumpla su pronóstico de crecimiento económico en un 5%, cada uno de los tres años restantes de su periodo. Si ronda el 2 ó 2.5 por ciento, podría ser, pero no más allá, mientras continúe en la misma ruta, no lo va a lograr. El empleo formal se ha recuperado más que en los últimos 10 años, pero ha sido el empleo peor pagado también en el mismo periodo. O sea, más empleos, pero con malos salarios. Se reparte más en apoyos sociales, pero la pobreza no disminuye. Al contrario, los indicadores de pobreza siguen aumentando. Los que ya se habían beneficiado del neoliberalismo lo siguen haciendo, se vuelven más y más ricos, y ya se incorporaron los nuevos privilegiados, a quienes mide AMLO con otra vara. ¿Por qué no calificó a su nuera y a su hijo también de fifís y extravagantes? Y vaya que le dolió la exhibida en plena contradicción entre lo que dice y lo que pasa a su alrededor. Su hermano, su prima, su hijo, Salmerón, Bartlett y vaya usted a saber de cuánto más nos vayamos a enterar.
Y para iniciados
Para acabarla, como se dice coloquialmente, tenga en consideración que en los próximos meses los precios de la gasolina y demás combustibles van a seguir subiendo. Probablemente la verá usted hasta en 26 pesos el litro. La única forma que Andrés Manuel tendrá de frenar el alza es elevar los subsidios, pero tendrá una disyuntiva y un grave pleito con su Hacienda y con el Banco de México. El alza de las gasolinas daría más dinero al gobierno que puede ser destinado a los programas sociales y pegaría mayormente a los bolsillos de la clase media. ¿A quién cree usted que va a defender AMLO, a la clase media o a los programas que darán votos en las próximas elecciones? Si AMLO también quiere ser casi como Dios, que no olvide la gran diferencia que hace ese “casi”.
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