Los animales carroñeros se alimentan de cadáveres sin haber cazado. Así los definen los zoólogos. No formaron parte de jaurías, ni dieron muerte a otra especie con el objeto de satisfacer su apetito. Su instinto es diferente al de los depredadores, quienes se lanzan sobre otros, aun a riesgo de morir o salir lesionados en el intento. El carroñero va por las sobras, exponiéndose lo menos posible.
En política sucede algo similar. Encontramos tanto depredadores como carroñeros. Los primeros van a la caza del puesto público, la curul o el liderazgo partidario. Mientras, los segundos, esperan, acechan, hasta llegado el momento para devorar los restos del presupuesto, quizá en forma de sueldos o de contratos, de canonjías o de tráfico de influencias.
El tamaño de la cuchara para despacharse puede variar. Depende de sus circunstancias particulares. Sin embargo, siempre querrán más. Nunca están conformes por completo y, si lo llegan a estar, en algún momento volverán a sentir de nuevo ese deseo, esa hambre. Los depredadores políticos intentarán pasar de un cargo a otro, de nuevo a donde puedan aprovechar su poder para saciar sus ansias. Eufemísticamente, a eso le llaman carrera política o servicio público.
Muy lejos de la realidad, porque no están ahí para servir, sino para servirse. Unos depredando al erario y los otros conformándose, aunque sin dejar de aprovechar, así sea poco y podrido. Los depredadores corren riesgos abiertos, buscan batallas, con cierta posibilidad de salir perdedores. Los carroñeros no. Viven a la sombra de cazadores y cazados. Son los funcionarios menores, los segundones, peones o alfiles. No obstante, también podrían salir lastimados en una revancha, en una celada.
Esa es la realidad de lo que pasa en Morelos. Políticos depredadores y carroñeros. Unos ya estaban aquí y otros llegaron de lejos. Se dieron cuenta del amplio campo a su disposición para elegir a sus presas: presupuesto, ciudadanos, obras, servicios públicos, lavado de dinero, malversación de fondos y siga usted cuanto guste la lista.
Al final, forman parte de un tipo de ecosistema político, viciado de origen, lejano a las verdades, los principios, los valores y la decencia. Es una realidad oculta tras discursos, inauguraciones, fotos y videos en medios de comunicación y redes sociales. Un sistema diseñado para seguir cazando a sus presas.
¿Y cómo podría cambiarse esta realidad? Con la organización y el voto, pero de ellos hablaré en otra ocasión.
Y para iniciados
Salen y salen trapitos al sol de los funcionarios públicos y su gente cercana, de todos los niveles, informados al Ejecutivo por la propia Secretaría de la Defensa Nacional y la Marina Armada. Su defensa ya sólo gira en la inexistencia de pruebas. Tampoco hay investigación para dar con ellas y procesarlos. Eso sí, ya es la palabra de uno, el mandamás de Palacio Nacional, contra las de los demás. Son honestos, nos dice. No hay corrupción, eso ya se acabó, no somos iguales. Pero ¿y los contratos del hijo de Barttlet, los moches de Delfina, las masacres, los homicidios sin resolver, la venta de candidaturas por adelantado, los sobres y las maletas con cash…? ¡uf! Ya ni le seguimos.
La información es PODER!!!
