Hoy es un día que estoy hasta la coronilla de noticias y comentarios que ya chole. Que, si el grupo de los doce madrugaron a los del grupo de los ocho, que aquellos culpan a estos de la parálisis legislativa al no asistir a las sesiones de madruguete, siendo que los del ocho se salieron cuando los del doce propusieron la creación de una piñata monetaria para ser repartida entre todos, que ahora van a abrir un expediente para ver quién tiene la culpa que el tumbling ribereño se reventara, estamos lucidos.
Hoy voy a referirme a una una plática que ayer tenía con mi Amiga Asveide Valle de lugares en Ayala en donde se come buena botana.
Un breviario culinario, en México, en cualquier ciudad del país, al medio día, las botanas han sido uno de los principales atractivos, primero de las pulquerías y luego de las cervecerías, cantinas, bares, tascas, leímos en la novela costumbrista Los Bandidos de Río Frío como las gorditas picadas y las quesadillas muy picosas hacían las delicias de los asistentes a las pulquerías, pulquerías que por cierto casi han desaparecido y siguiendo este mismo camino, en aras de la modernidad, las cervecerías y las cantinas de barrio que han sido substituidas poco a poco por restaurantes bar, centros botaneros, antros, chelerías y demás que vienen a ser la misma gata, pero revolcada y sin el inigualable ambiente cantinero, el cantico del cubilete, el azotón de la mula de seises y hasta el olor del mingitorio si es que por la de malas quedamos cerca.
Sin faltar el olor peculiar a humo de cigarrillos, a formol; al ruido de fondo de un piano desafinado, un acordeón o una sinfonola que daban ambiente a la tertulia del mediodía, dando pie a que se prolongara por la tarde y hasta entrada la noche; el pregón de Maclovio, el de las rifas amañadas de pollos rostizados ¿por qué todos se llamarían Maclovio?; a la insistencia del vendedor de lotería con el «cachito» de la suerte»; al de los «toques» eléctricos, golpeando entre si las manijas de tubo metálico y que ponía a volar a los que traían marca pasos, y al rechinar del trapo del bolero (lustrador de calzado) que por cinco pesos dejaba los zapatos como nuevos.
En los 60, las cantinas de barrio, lugares en los que se prohibía la entrada a perros, mujeres, mendigos y uniformados, competían entre si con las botanas para atraer parroquianos y para ello no escatimaban en gastos, pues se daba el caso de cantinas que llegaban a servir en la «hora del amigo», hasta 18 platillos diferentes, entre los que no podía faltar el picosito caldo de camarón, la pata de res a la vinagreta, la carne tártara, los doblados de chicharrón en salsa y las quesadillas, las mojarritas fritas con salsa verde, la chuleta ahumada, la oreja de elefante que no era más que una gran milanesa de filete, el «Vuelve a la vida» de mariscos, y había cantineros que un día de la semana servían platillos tan complejos y costosos como la pierna de cerdo mechada con ciruelas pasas, bacalao o pulpo a la vizcaína, cabrito, pozole, chamorros encacahuatados o filetes de pescado rebozados.
La multiplicación de suculentos manjares, parecían no tener lógica financiera, y sin duda su estudio hubiera causado un infarto a alguno de nuestros economistas postmodernos, pues resulta inexplicable que por el precio de tres o cuatro cervezas o tragos se aún se pueda obtener gratis más que una comida completa.
Esto tal vez fue uno de los factores que provocaron que en ciudad de México y en nuestra ciudad, una cantina tras otra fuera cerrando sus puertas para dar lugar como ya señalamos a los restaurante-bar o los centros botaneros, planeados como negocio y para hacer negocio y no para la «conbebencia».
La pandemia fue sin duda el gran factor para su desaparición, en Cuernavaca subsistió “El Danubio” y los bares de Sanborns, se nos fueron La Estrellita, El Suriano en el centro de la ciudad y muchos otros en los barrios y colonias. Por lo mientras, este sábado hay que ir a La Curva en Moyotepec, se antoja el caldo de bagre.
Nos falta tiempo para recordar las cantinas, cervecerías y bares que permanecen en los diferentes lugares de México, haremos un recorrido de tantos de antojo de botana que son parte del folclor muy nuestro.
En recuerdo a la algarabía salpicada de mentadas y palabrotas de los parroquianos prendidos por los tragos y la buena comida; a esos tiempos idos, dedico la selección de deliciosas botanas, agregando a las mencionadas, la torta de huevo con chorizo, el mole poblano con pollo deshebrado, sopa de habas con aceite de oliva y orégano, sopa de menudencias de pollo con una patita, tacos de rajas de chilaca con papas en crema, huacamole con totopos, un molcajete bien surtido y aquella en la que estás pensando querido Amigo que sin duda es la más sabrosa.
Por lo pronto les recuerdo que, la semana tiene siete días y ¡gracias a Dios es viernes!