Con nuestro personaje de hoy se repitió aquello de “si ya saben cómo me pongo… ¿pa’ qué me invitan?”.
Lo anterior, visto desde el humorismo mexicano, tiene relación con el invitado a una fiesta, cuyo excesivo consumo de bebidas espirituosas lo lleva a cometer infinidad de “osos” causando molestias al resto de convidados, hasta que lo mandan a la goma por insoportable, pero antes emite las palabras iniciales. Que nadie se diga engañado: entre la banda ya se sabía que, cuando el hombre bebe, pierde la galanura, se pone hasta las chanclas y fastidia a todos de mesa en mesa.
El personaje de hoy lo hizo con familiares suyos, muy cercanos; vivió a expensas del extinto Raúl Iragorri Montoya; se condujo igual y traicionó a Graco Ramírez, de quien fue aliado político desde mediados de los años noventa; Fidel Demédicis Hidalgo tampoco se escapó. Y ahora vemos exhibida de nuevo su verdadera esencia con el gobernador Cuauhtémoc Blanco Bravo, quien confió en él hasta más no poder, hasta concederle un cargo en el principal círculo de colaboradores del Ejecutivo, curándole el hambre, haiga sido como haiga sido (parafraseando a Calderón).
Poco más de tres años estuvo en una Dirección de Asuntos Estratégicos de la Jefatura de la Gubernatura que le fue creada exprofeso para tenerlo cerca y supuestamente demostrar su gran experiencia política y pericia política. Se le llegó a conocer como el “zar” anticorrupción de la presente administración.
¿A quién me estoy refiriendo? Nada más, ni nada menos que a Gerardo Becerra Chávez de Ita, quien, por cierto, también traicionó a sus apoyadores, durante varios años de la administración de Graco Ramírez, para “sacarlo” de la gubernatura a través de la Coordinadora Morelense de Movimientos Ciudadanos.
Lo primero que hizo, tras presentar su “renuncia” al gobierno estatal, fue exhibirse como quien filtró “información” importante relacionada con Cuauhtémoc Blanco, la cual existe desde antes de la pandemia en la Unidad de Inteligencia Financiera de la SHCP. Y según leímos ayer en el sitio web de Carmen Aristegui, en escasos días amenaza con presentar denuncias sobre lo que, según él, constató muy de cerca en ámbitos de la Jefatura de la Gubernatura. Habrá que verlo y de ello seguramente se defenderán, tanto el gobernador, como sus principales funcionarios que, por cierto, lo detectaron y prescindieron de él. Desde luego, Becerra arguye epítetos para justificar su salida, no sin antes repetir su esencia de tránsfuga.
Todo lo anterior es el preámbulo para recordar un libro que debe ser texto básico para interpretar algunas de las motivaciones y decisiones de quienes constituyen la clasesita política morelense. Quiero retomarlo porque sobre la arena política morelense suelen aparecer los saltimbanquis de la vida pública, esos que, al no ser satisfechas sus exigencias y presumiendo rentabilidades muchas veces inexistentes, decidieron renunciar a tal o cual grupo y se pasaron a otro, o están reflexionando en si lo hacen o no.
Dicha obra se llama “Elogio de la Traición”, de Denis Jeambar e Ives Roucate (franceses), articulista de “L’Express” y maestro de filosofía de la Universidad de Pitiers, respectivamente, quienes nos remontan a Sófocles: “La traición y la negación son meollo del arte político”; a Maquiavelo: “Los príncipes que han sido grandes no se esforzaron en cumplir su palabra”; y a Bacon: “Quien se niega a aplicar remedios nuevos, debe aprestarse a sufrir nuevos males, porque el tiempo es el mejor innovador de todos”.
La frágil democracia morelense se caracteriza por la traición. Desde luego que hay sus honrosas excepciones, pero la conducta de ciertos personajes, verbigracia el que hoy nos ocupa, sirve como modelo para confirmar lo que no debe hacerse en política.
La gente puede olvidar que algunos personajes sean tontos con iniciativa y hasta proxenetas, pero nunca sacará de la memoria a los chaqueteros. La sociedad siempre los condenará al juicio popular, al de la historia y al fracaso, si es que se atreven a buscar de nuevo un cargo público.
Cualquier argumento esgrimido por los saltimbanquis o tránsfugas será interpretado como “un acto racional” mediante el cual intentarían justificar el alejamiento de las organizaciones o instituciones que les sirvieron como plataforma en la política morelense o simplemente para curarles el hambre. En el caso de Gerardo Becerra, a ver si vuelven a invitarlo a otra fiesta si ya saben cómo se pone.