Hasta el fin de semana anterior y en la conferencia de prensa mañanera de este lunes 14 de marzo, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, sostuvo su discurso impugnativo, de ataque hacia quienes, según él, pretenden desestabilizar el proyecto de la Cuarta Transformación. Para AMLO, cualquier crítica es un intento desestabilizador orquestado por los conservadores, los neoliberales y los periodistas entregados a “la mafia del poder”, aunque, cabe subrayar, el poder lo tiene el mismísimo presidente de la República.
Un día sí y otro también, AMLO continúa culpando a los gobiernos anteriores (de manera genérica) de los dislates del presente. Cada vez que se le atraviesa algún conflicto provocado por la actual administración, el presidente retoma el discurso contra los ex presidentes de la República y los culpa de todo. Ellos le heredaron el actual estado de cosas, cuando, a estas alturas del régimen, avanza a pasos acelerados en el cuarto año de su gobierno. El primero de diciembre próximo comenzará el quinto y penúltimo año de gestión. Es obvio que el discurso presidencial está dirigido, sí de manera directa contra sus adversarios políticos, pero la retórica, cargada de emoción, se destina a la base electoral de la Cuarta Transformación. Esto se llama propaganda y está enfocada a mantener las expectativas de quienes pudieran sostener a Morena en el poder presidencial en los comicios de 2024.
Así las cosas, este lunes 14 de marzo de 2022 quiero recordar la anécdota de “Las Tres Cartas”, aplicable siempre al gobernante en turno. En esta ocasión dirigiré el cuento al multicitado personaje macuspano. Es importante subrayar que la mentada consulta sobre revocación de mandato beneficiará al ciento por ciento a López Obrador, quien, al conocerse las cifras del ejercicio durante la noche del próximo 10 de abril, saltará a la palestra pública para decirle a sus opositores: “¿Ya ven? ¡El pueblo me adora!”. Y en ese contexto iniciará una nueva escalada, inclusive legislativa, para extinguir al Instituto Nacional Electoral.
VA LA ANÉCDOTA DE LAS TRES CARTAS
“Erase un presidente que, antes de terminar su mandato y consciente de haber fracasado por su inhabilidad para tomar decisiones de manera oportuna y de que la sociedad lo estaba sacando a empellones del Poder Ejecutivo, aún en su investidura el presidente de la República escribió tres cartas. Después de conocerse el nombre de su sucesor en el más reciente proceso electoral, el mandatario en turno lo invitó a comer. Lo recibió con gran protocolo, le mostró todas las oficinas del Palacio Nacional y la Residencia Oficial, lo condujo a su espaciosa oficina y, después de degustar suculentas viandas, le entregó tres cartas”.
Le dijo a su futuro relevo:
“Ábrelas cuando no sepas qué hacer. Están numeradas en el orden en que debes hacerlo. Es mi legado y lo comparto solamente contigo”.
El presidente en turno se marchó y el sucesor electo, aunque un poco extrañado por lo sucedido, tomó las cartas y, luego de tomar posesión al frente del Poder Ejecutivo las colocó dentro del cajón central de su escritorio.
No había transcurrido mucho tiempo desde la toma de posesión, cuando empezaron a surgir problemas por todo el país. En medio de los graves problemas políticos y económicos, así como de la recurrente inseguridad, el flamante presidente no sabía qué hacer. Entonces recordó las cartas, abrió el cajón y tomó la número uno. Se trataba de una hoja que decía: “Échame a mí la culpa”. La adusta expresión del mandatario cambió y le apareció en el rostro una gran sonrisa, pues había encontrado la excusa para salir del embrollo. Ese día agradeció a su antecesor aquella respuesta que él no pudo encontrar en tan delicados momentos.
Pasó el tiempo y, una vez más, se presentó otra crisis. Aparecieron hechos de corrupción, se desbordaron los conflictos económicos, los estados estaban levantados a causa de la falta de servicios, el enfrentamiento del presidente con la mayoría de actores políticos era incesante, el descontrol de la violencia y la inseguridad avanzaban implacables, etcétera. Además, el presidente estaba acorralado por diputados de las “oposiciones”, quienes le exigían cambiar el rumbo del gobierno. Y fue así cuando recurrió a la segunda carta, donde leyó: “Cambia a tu gabinete y culpa a tus subordinados”.
Sorprendido gratamente, el presidente sonrió y no tardó en aplicar la recomendación de su antecesor. Tenía confianza de que así ampliaría su margen de maniobra, ganaría tiempo, salvaría algunas apariencias y las cosas mejorarían. Sin embargo, la situación no cambió según sus expectativas. Y en un periodo todavía más corto, se vio obligado a abrir la tercera carta. Esta vez, después de leerla, ya no sonrió. Solamente se recargó en su sillón mientras suspiraba. La carta decía: “Prepara tus tres cartas”.
López Obrador agotó el discurso contra los ex presidentes, demás actores políticos y periodistas, a quienes culpa a diario de sus graves avatares. Ya movió a piezas clave en el tablero del Poder Ejecutivo, ya buscó desmembrar a sus enemigos y ha pretendido acallar voces críticas, pero los conflictos presidenciales continúan. ¿Qué más sigue?