AMLO siempre ha demostrado no tener certeza de sus actos, muchos han sido decisiones pasionales, caprichosos o consejos del pueblo “bueno”.
Después de casi 5 años de la decisión de cancelar el aeropuerto de Texcoco, el presidente Andrés Manuel López Obrador reveló el pasado jueves que no estaba convencido de suspender la obra y que incluso “no durmió” la noche en la que recibió un dictamen de tres expertos que le sugerían continuar con la construcción del nuevo puerto aéreo.
El mandatario explicó que, tras ganar las elecciones, pidió elaborar un dictamen para decidir si se cancelaba el NAIM al empresario Alfonso Romo (quien fue jefe de la Oficina de la presidencia), ingeniero agrícola por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, el TEC, y cuenta con un posgrado en Alta Dirección por el Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa el IPADE; Carlos Manuel Urzúa Macías, exsecretario de Hacienda académico, político y economista mexicano, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, licenciado y maestro en Matemáticas por el Tecnológico de Monterrey, el TEC y el Centro de Investigaciones y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional; y a Javier Jiménez Espriú, exsecretario de Comunicaciones y Transportes, ingeniero mecánico electricista, se tituló en 1954 de la UNAM, se especializó en Refrigeración Industrial en el Conservatorio Nacional de Artes y Oficios en Francia.
Resalto las calificaciones que ostentan los tres personajes recordados por el presidente López en su empobrecida justificación, los tres, transitaron por la desacreditada, por él, academia “fifí” a la que nunca asistió el primer mandatario, quizá, por su devaluado antecedente escolar al tener un promedio inferior a siete, cuando las instituciones exigían y exigen un cociente mínimo de nueve, lo que justifica su rechazo con esas instituciones.
Asimismo, me refiero como ejemplo, a los motivos de renuncia que uno de los funcionarios hizo En abril de 2019, Jiménez Espriú habría expresado ante los medios de comunicación, que no hubo corrupción en la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAIM) y que su cancelación se relacionó con temas de carácter técnico, aunado a temas, principalmente, de carácter social y político y no por corrupción como afirmó AMLO, lo cual lo encolerizó, al día siguiente en conferencia, corrigió y dijo: “sí hubo corrupción en el proceso”. Tres meses después, la renuncia de Jiménez Espriú, no se hizo esperar. Se cumplió la moraleja presidencial “quien no está de acuerdo conmigo, está en mi contra y es un traidor a la Patria”.
Dijo el presidente que les pidió que valoraran todo y se decidiera si continuaban con la construcción del aeropuerto de Texcoco o se construía el Aeropuerto Felipe Ángeles, los funcionarios, le entregaron el dictamen, los tres coincidían en la conveniencia de continuar con la obra. Con gesto hipócrita comentó: “No dormí esa noche porque no estaba yo convencido de continuar el NAIM”, afirmó el presidente en la inauguración de la vía principal hacia el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA).
Después de haber recibido el dictamen de los expertos de su gabinete, el presidente aún titubeó en cancelar la construcción del proyecto en Texcoco, por lo que reveló que lo mejor era la realización de una consulta al pueblo mexicano para decidir el futuro de la obra que inició con el gobierno de Enrique Peña Nieto.
Se me hace un frijolero sueño, sí es que lo tuvo, el que me recuerda que en alguna ocasión comentaba el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, que el fallecido presidente Hugo Chávez, se le apareció en forma de “pajarito chiquitico” y lo bendijo al arrancar su campaña electoral.
Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia de México con una máxima: “No mentir, no robar, no traicionar al pueblo”. La ha repetido una y otra vez, y la coloca como el eje de las acciones de su gobierno. Pero a cinco años de su triunfo electoral, esos tres postulados han sido violados repetidamente.
López Obrador dijo que el proyecto que destruyó al NAIM, iba a costar más de 300 mil millones de pesos y el terreno en donde se construía iba a requerir de un costoso mantenimiento por presentar hundimientos.
La destrucción del NAIM costó 113 mil millones de pesos, según la Auditoría Superior de la Federación, no 331 mil millones como asegura el socialista soñador. Mucho dinero, que agregado con el costo de la construcción del AIFA rebasa a la inversión que se hubiese hecho en la terminación del NAIM que ya estaría operando positivamente a diferencia del Mamut Macuspano.
¡Mientras tanto, les dejo un saludo con mucho afecto!