Difícil encontrar a alguien que no guarde respeto por su Alma Mater; sin embargo, en el más alto nivel del estado de Veracruz, hay uno que, con lastimosa actitud, olvidó que las universidades públicas del país han sido precursoras de una favorable movilidad social para miles de estudiantes que en sus aulas, talleres y laboratorios, adquirimos el conocimiento y formación que abriría poco más tarde posibilidades de una mejor oportunidad de vida.
La investidura de la autoridad merece respeto, pero es una vía que va de ida y vuelta; y ello, considera a quienes practican el oficio de la política y que, a pesar de los agravios reiterados, cotidianamente se han mantenido alejados y respetuosos de quien ostenta el gobierno. No obstante, como egresado y excolaborador de la Universidad Veracruzana y su Fundación y, ante los aciagos infundios expresadosen una conferencia de prensa en contra del doctor Salvador Valencia Carmona y del maestro Rafael Hernández Villalpando, en la que, sin venir al caso, se escuchó todo tipo de dislates, imprecisiones y ocurrencias que intentaron, sin lograrlo, hacer una narrativa de la problemática que en su momento vivimos en la Universidad por la presencia de grupos estudiantiles hostiles, conocidos como “porros”,sería ominoso guardar silencio.
Con la trivialidad característica, se pretendió denostar y atribuir el fenómeno del porrismo a estos ex Rectores de nuestra Máxima Casa de Estudios. Ambos, con reconocida capacidad intelectual y política; constitucionalistas; expresidentes municipales de Xalapa; diputados; impulsores de jóvenes; formadores de cuadros; transformadores positivos de la vida y extensión universitaria; y, en mi caso, mentores y amigos.
Por supuesto que ni el doctor Valencia ni el licenciado Villalpando necesitan que nadie los defienda, su prestigio profesional y trayectoria se encargan de ello; pero por gratitud y congruencia se vuelve propio, consignar que esa ordinaria actitud y laxa retórica les agravia no solo a ellos, sino a la comunidad universitaria y a la Universidad misma, ofensa que se suma al lamentable episodio de haberla utilizado para el acervo de egos personales con la entrega de un cuestionable, por decir lo menos, reconocimiento a alguien que nadie duda que pueda ser “inventor”, pero solo de aquellos temas que la inopia supina que conforma su fama pública le permite.
La Universidad Veracruzana es la principal institución de educación superior del estado y se encuentra entre las universidades públicas más importantes del país. Cuenta con presencia internacional y liderazgo en diversas artes y ciencias. Más allá de los ilustres personajes que han transitado desde su fundación en 1944 por la Rectoría, ha visto pasar por sus escuelas, facultades e institutos, muchas de las mentes más preclaras, de la segunda mitad del Siglo XX y principios del XXI, pero también a actores sociales y políticos que desde distintas trincheras ideológicas y acordes a su momento y responsabilidad en la ronda de las generaciones, han evolucionado y transformado al estado y al país, aportando para que exista más de Veracruz y de México en el mundo.
Extraña que el que inculpa, siendo egresado de la Universidad Veracruzana, haya absorbido tan poco de su Arte, Ciencia y Luz; haya olvidado que “nunca dejamos de ser universitarios” y hoy, desde la altivez del poder, arremeta contra dos hombres mucho mayores que él –no solo en edad–, de forma totalmente disonante con el afecto que el pueblo de Veracruz guarda a su Universidad, con ingratitud hacia esa comunidad universitaria que, acorde a su tradición humanista con enorme muestra de inclusión y respeto a la diversidad, no solo le aceptó, sino que le ha respaldado. Afortunadamente, dicha actitud es contrastante con el respeto y postura que la Gobernadora electa Rocío Nahle, refleja ya hacia nuestra Alma Mater y su espíritu universitario progresista que contundentemente se pronunció por depositar, por primera vez en una mujer, el destino del pueblo y gobierno de Veracruz.
Nunca es tarde para entender que de nada sirve el poder, por absoluto que sea, si solo dura unos años y deja una vergüenza para toda la vida.