El Covid-19 ya no es una emergencia de salud global, así lo determinó la Organización Mundial de la Salud; el 11 de marzo de 2020 el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, declaró la alerta mundial.
Cada país vivió de manera diferente esta larga etapa que modificó la vida, los hábitos y la forma de ver las cosas.
China fue víctima de señalamientos internacionales al haberse identificado a la ciudad de Wuhan como el punto de nacimiento y contagio del virus; sin embargo su rápida respuesta para declarar la epidemia, ordenar el confinamiento y controlar el tránsito, fue replicado por otras naciones.
Estados Unidos, en ese entonces bajo la gobernanza de Donald Trump minimizó los riesgos, pero ante la declaratoria mundial, un par de días después de la OMS, ordenó la movilización de 50.000 millones de dólares para ayudar a los estados y las ciudades. Asimismo llegó a un acuerdo con el sector privado para acelerar la producción de kits de prueba.
México tuvo otra respuesta, por cierto muy criticada ante la negativa al cierre de negocios, impartición de clases presenciales y el discurso oficial. Fue hasta el 31 de marzo cuando se llevó a cabo la sesión plenaria del Consejo de Salubridad General encabezada por el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, en donde se reconoció la emergencia sanitaria.
El esfuerzo científico es de todos conocido; el mundo se organizó y logró encontrar la fórmula para la inmunización. Desafortunadamente los datos globales señalan, sin ser exactos, la afectación al menos de 765 millones de personas y la muerte de aproximadamente 20 millones de seres humanos.
Sin embargo la población mundial no debe bajar la guardia ya que la propioa OMS informa que miles de personas siguen muriendo por el virus cada semana; aunque la tasa de muerte por el virus se ha reducido de un número máximo de 100.000 personas a la semana en enero de 2021 a poco más de 3.500 el 24 de abril pasado, cualquiera puede ser víctima y sumarse a la estadística.