Nada más grave que el silencio o la omisión cómplice de la autoridad.
Los colegas Pablo Ferri e Iker Seisdedos en el periódico El País lo dicen sin ambajes: “al este de Matamoros, antes de llegar a la costa, se extiende una enorme red de dunas, lagunas y bosques de matorrales, apenas interrumpida por algunas casas y ranchos. Son kilómetros y kilómetros de nada, el lugar perfecto para esconderse, para hacer lo que no puede verse. Durante años, criminales usaron un predio de por allá, de nombre La Bartolina, para deshacer cadáveres. Por allá también han aparecido los cuatro turistas estadounidenses secuestrados el viernes pasado en la ciudad”.
Si consideramos que el actual gobierno de Matamoros encabezado por Mario López Hernández tiene más de 4 años en el ejercicio del poder, es imposible pensar que no se tenía conocimiento de lo que en esa zona se desarrollaba a lo largo de todos estos años.
Pero el silencio parece ser una constante de su administración y del propio alcalde: ni una sola línea, ni una expresión pública, ni un Comunicado Oficial sobre los recientes sucesos violentos, ni una publicación en redes sociales o en su página oficial, ha emitido el Ayuntamiento a su cargo.
Mario López Hernández buscó ser candidato al Senado a la República; ante su frustrada intención retornó a la alcaldía y le reventó su tibia actuación en las manos.
Amenazante en el discurso púbico y privado, ante la grave crisis de seguridad que vive Matamoros se esconde entre la vorágine informativa que señala al estado y al país. No perdamos de vista que la autoridad municipal es la que tiene el primer contacto con su sociedad y la que tiene conocimiento de lo que acontece en su demarcación. Nada justifica la omisión y el silencio ante los hechos violentos; lo contrario habla de una complicidad, incapacidad o miedo ante la realidad.