Cada vez es más frecuente, la presencia sobresaliente de personas que destacan en una red social o plataforma de comunicación, desde donde expresan sus opiniones respecto temas en los que ejercen una gran influencia sobre miles, incluso millones de seguidores, imponiendo un liderazgo de opinión que impacta sobre los hábitos de consumo, de conducta e incluso de preferencia ideológica y política.
Se trata de un fenómeno mundial del que tan solo por dar algunos ejemplos, se menciona a Donald Trump, quien antes de ser presidente de Estados Unidos, era un empresario y personalidad de la televisión cuya capacidad para llamar la atención y habilidad para conectar con su base de seguidores, sobre todo en Twitter, fueron clave para su éxito en las elecciones de 2016; otro ejemplo es el de Kim Kardashian, quien en los últimos años se involucró en la política y en 2018, hizo campaña por la Reforma de Justicia Penal, logrando convencer al mismo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para que liberara a una mujer que cumplía cadena perpetua por un delito no violento. En Italia, Chiara Ferragni, una de las bloggers de moda más famosas del mundo, se unió al Partido Demócrata en 2021; y en Brasil, el youtuber Felipe Neto se ha involucrado en la política y ha sido un crítico importante a la administración del expresidente Bolsonaro.
México no escapa a este fenómeno y en los últimos años, hemos visto a algunos influencers dar el salto a la política para convertirse en gobernantes o legisladores, cuyo sustento se limita a la fama y el reconocimiento que tienen, lo cual les permite tener un gran impacto en la opinión pública, por supuesto de gran utilidad a su “carrera” política y, sin embargo, el hecho de que dichos personajes con notable capacidad para influir sobre los demás se involucren en la política, ha mostrado más fallas que aciertos, pues muchas de estas personas no tienen la experiencia ni el conocimiento necesarios para ocupar cargos públicos, en demérito de la propia política, convirtiéndola en solo un medio para promocionarse y ganar seguidores, en lugar de enfocarse en los problemas reales que afectan a la sociedad y sus gobiernos.
Los influencers que pasan a la política son una tendencia que parece estar en aumento, beneficiándose de su visibilidad y capacidad para incidir en la opinión pública, con los riesgos que ello implica, asociados a la falta de experiencia y el enfoque en la autopromoción; por lo que es importante que la sociedad y sobre todo el electorado, estén atentos a este fenómeno y evalúen a los candidatos en función de su experiencia y habilidades, por encima de su fama y popularidad en las redes sociales, que poco o nada tienen que ver con una capacidad real de poder dirigir asuntos públicos y gubernamentales, en lo que por supuesto, existen casos en que ambas posturas coinciden como en el caso de Barack Obama, quien no solo es uno de los políticos más reconocidos mundialmente, sino que se ha convertido también, en uno de los personajes más influyentes en las redes sociales, contando tan solo en Twitter con más de 133 millones de seguidores.
México requiere políticos que ejerzan una influencia positiva en sus respectivos ámbitos de acción, pero ello dista mucho de resolverse con influencers que de la noche a la mañana se conviertan en políticos; la labor, el oficio de la política va más allá de tener millones de seguidores o publicar contenidos virales, un político debe contar con el respaldo y la confianza de la sociedad gracias a su trayectoria, su trabajo y su compromiso con el bien común, ser capaz de dialogar, negociar y tomar decisiones en beneficio de todos, sin priorizar los “likes” o seguidores; y, si bien la figura del influencer puede ser estratégicamente utilizada por políticos y gobiernos para comunicar sus acciones y propuestas a la sociedad, esto no significa que puedan reemplazar así, la atribución de apegarse al principio de máxima publicidad.