En las formas políticas de las décadas previas al año dos mil, lo usual era que al gobernador saliente lo más que se le concedía era el ofrecimiento de cuidar su salida, así como la designación de algunas posiciones edilicias y legislativas, más no, el designar a su sucesor. Irónicamente, los gobernadores del “viejo régimen”, tuvieron mucho más éxito en el control de sus sucesiones en los sexenios de Fox y el Presidente Calderón.
La pretensión de dejar a un sucesor es tentación casi natural, pues representa, –cuando menos en su intención–, una extensión del poder, del mandato, en lo que de manera reiterada se puede observar que lo más difícil para un gobernante es prepararse, aceptar y adaptarse a dejar el poder.
A menos de medio año de las elecciones a gobernador en los estados de México y Coahuila, y ante la inducida cercanía del 2024, en el que el proceso electoral concurrente no solo verá la sucesión presidencial sino las propias de las gubernaturas de Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán, así como de la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, todo parece indicar que los procesos sucesorios serán más apegados a las formas que siguen arraigadas en el priísta que aún llevan dentro la gran mayoría de políticos formados en la vieja escuela y, por tanto, los gobernantes que no lo comprendan sufrirán no solo un elevado desgaste, sino descalabros y sinsabores por no percibir las formas y normas del sistema político nacional.
Adicionalmente, factores como la paridad, la rentabilidad electoral; los acuerdos y concesiones que impidan rompimientos y escisiones, habrán de incidir en las definiciones (al menos de las candidaturas), con lo que prospectivamente todo parece indicar que Morena consolidará su crecimiento hegemónico, comenzando con Delfina y Guadiana, de no ser por un alto acuerdo político en Edomex, o en el caso Coahuila, por la elevada capacidad de operación y estrategia político electoral con la que cuenta el grupo de poder heredero de la Revolución en Saltillo.
Para el caso Chiapas, Zoé Robledo parece firme; Guanajuato y Jalisco, son posibilidad para la oposición; en Morelos, donde marcadamente el gobernador ya está operando su sucesión, el futuro de la candidatura oficial dependerá de la utilidad que represente el futbolista en el intento por oxigenar las posibilidades de Morena en la Ciudad de México; Puebla, tendrá una decisión influenciada por la vida interna del Senado de la República; Tabasco, será una decisión conjunta entre los números uno y dos del escalafón político nacional (ambos tabasqueños); Veracruz, donde la precandidata oficial se desdibuja a una velocidad exponencial, alienta al grupo gobernante a intentar posicionar su alfil, con el contrapeso del exlíder de la Cámara que hace un par de años reencontró su origen veracruzano, y actualmente opera para una de las precandidaturas nacionales, aunque seriamente confrontado con el Gobernador y su poderoso Secretario de Gobierno; en Yucatán prácticamente la definición está en función de género, es decir, si es hombre el candidato será Joaquín Díaz y, si es mujer, la senadora Verónica Camino, quien sería por mucho, la mejor opción.
En la capital del país, las grandes variantes dependerán del factor Monreal y, de la suerte que siga a la actual Jefa de Gobierno, quien a últimas fechas parece alejarse de las preferencias no solo públicas, sino de la de quien habrá de decidir, ahí sí, quién será su sucesor; lo cual aparentemente se acota a dos opciones: por quien ejerce la política interior o, por quien ejerce la política exterior del Gobierno de México.
Estos escenarios pueden cambiar en cualquier momento, o bien de consolidarse, de no verse afectados por sucesos o errores extraordinarios. Entretanto, estemos pendientes a la evolución de este juego político llamado “sucesión”.